martes, 29 de marzo de 2011

El problema somos nosotros; la solución también

Hace unos días publicaba una entrada en este mismo blog titulada «La economía destructiva». Comenzaba citando el discurso que Gordon Gekko, genialmente interpretado por segunda vez por Michael Douglas, dirigía a un auditorio entregado en Wall Street 2: el dinero nunca duerme, al principio de la película. Entonces solo puse el texto; aquí tienen el corte de vídeo de esa escena.


Al final de esa entrada explicaba que quizá ese libro de la ficción ya está publicado. Me lo regaló un amigo editor. El libro, La sabiduría de la sostenibilidad. Economía budista para el siglo XXI, está escrito por Sulak Sivaraksa y editado por Ediciones Dharma. Expone una alternativa a toda esta globalización desmesurada donde el individuo desaparece en pro de los beneficios gananciales.

Altamente recomendable en todas y cada una de sus apenas cien páginas, La sabiduría de la sostenibilidad se vuelve indispensable en estos tiempos modernos, y es casi obligatoria una segunda y una tercera lectura (ya con el lápiz subrayador a mano) para atrapar todas aquellas sabias frases y fragmentos reveladores que pueblan el texto.

Sin ir más lejos, y en algo que me atañe por proximidad, el quinto capítulo, titulado «Gobernanza moral», comienza diciendo:
Una buena política necesita de un debate vigoroso e, incluso, del disenso y la resistencia. Hoy en día se ha confundido la política con la capacidad tecnocrática, que suministra seguridad militar y estabilidad económica a quienes ocupan el poder. La gobernanza moral alimenta una relación fundamentalmente igualitaria entre gobernantes y gobernados. En el mejor de los casos, se parece a la relación entre amigos espirituales.
Tras eso, el autor habla del político virtuoso como aquel que es modelo para la gente que lo ha elegido, protector de los principios del dharma e impulso del bienestar de sus conciudadanos. También dice Sulak, y con acierto, que todos somos responsables de la calidad de nuestros políticos. Es obvio. Y es que, escudados tras el recurrente «todos son iguales» que promulga la derecha a través de sus medios de comunicación, últimamente somos espectadores de una clase política (y los que habitamos esta Comunitat Valenciana bien lo sabemos) cuyas únicas pretensiones son afianzarse en el poder cuatro años más, aunque para ello tengan que denunciar y vejar a quienes intentan ejercer la labor democrática de oposición (véase el caso de Ángel Luna, llamado a juicio y duramente humillado por el poder sencillamente por denunciar dicha trama, una red de corrupción que salpica a cientos de empresarios y cientos de altos cargos públicos del Partido Popular y de la Generalitat).

Tiene razón Sulak Sivaraksa: «La gente es responsable de la calidad de sus políticos». Si no exigimos unos políticos honrados, la democracia perderá valor, cayendo en el rancio autoritarismo, un marco político donde la falta de honestidad acapara la escena pública y los medios de comunicación pagados por los ciudadanos (Canal 9 a la cabeza) son trampolines para la propaganda pura y dura en los que cualquier tipo de debate crítico es sesgado y solo existe y se permite un único mensaje: quien gobierna es el mejor; los demás son peores.

Sigue Sulak:
Los gobernantes deben ser sinceros y humildes, estar deseosos de aprender de la gente de cualquier condición, no solo de los tecnócratas, los empresarios y los privilegiados.
Y eso incluye, por supuesto, el respetar cualquier ideología. Cuando hace cuatro años los anteriores dirigentes del Ayuntamiento de mi ciudad intentaban programar sus visitas o parecían adecuar sus partidas de gasto a según la ideología de las personas, caían en aquello que critica el autor de La sabiduría de la sostenibilidad: «La buena gorbenanza descansa sobre la compasión y la no violencia, poniendo el énfasis en nuestra humanidad compartida y la interdependencia de todos los seres sensibles». Además, llegaban a producirse esas acciones incluso en la Cultura, algo que debería estar siempre al margen de la política y la economía, creando una total instrumentalización del Arte, algo de lo que ya hablaré en futuras ocasiones (me encuentro escribiendo un breve ensayo sobre el tema).

Pero dejemos que Sulak siga iluminándonos:
Cuando la buena gobernanza se erosiona, se debe siempre a uno de los tres venenos de la codicia, el odio y la ignorancia. El abuso de poder representa el odio, y la acumulación excesiva de bienestar representa la codicia. [...] La ignorancia es aún peor que la codicia y el odio. El líder debe comportarse de manera inteligente, iluminando el camino de una comprensión holística, permitiendo al mismo tiempo el disenso y la crítica. Para que esto ocurra, el gobernante no puede estar más allá del reproche o la crítica. Precisamente la crítica ayuda a restringir los privilegios y a cultivar la responsabilidad.
Es abuso de poder cuando no se permite que la oposición pueda ejercer su labor democrática (caso de la mesa de la Presidencia en les Corts Valencianes, por tres veces condenada por el Tribunal Constitucional por ese motivo). Hay acumulación excesiva de bienestar cuando vemos «normal» que un Alcalde (por fortuna, eso ya se eliminó durante esta legislatura) vaya a pueblos vecinos a entrevistas personales con coche oficial y chófer, o permitimos que los desayunos y los cafés pasen como factura y salgan de las arcas municipales. Existe odio cuando no se tolera la crítica o el reproche, cuando uno se cree en poder de la Verdad y cualquier atisbo de libertad de expresión es cortado de raíz.

En ese caso, Sulak Sivaraksa nos dice que «cuando los políticos son arrogantes, recalcitrantes, trabajan demasiado estrechamente con los militares, se mantienen por encima de los ciudadanos o desdeñan a los individuos progresistas, su poder solo será un obstáculo para el cambio y pondrá en peligro su propia viabilidad». Y eso que el mismo Sulak se define como un «conservador radical»...

Tras esta explicación, el libro cita el propósito del antiguo rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, aquel de sustituir el Producto Nacional Bruto (PNB) por la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Expone, además, algunos indicadores de esa felicidad.
  1. El grado de confianza, capital social, continuidad cultural y solidaridad social.
  2. El nivel general de desarrollo espiritual e inteligencia emocional.
  3. El grado de satisfacción de las necesidades básicas.
  4. El acceso a, y la capacidad de, disfrutar de la sanidad pública y la educación.
  5. El nivel de integridad medioambiental, incluyendo el crecimiento o decrecimiento de las especies, la contaminación y la degradación medioambiental.
¿Somos felices según esos indicadores? ¿Nuestro entorno podría considerarse «feliz»? Es una reflexión que cada uno debe hacer, por supuesto. Pero queda patente que la labor de todo gobierno es conseguir que la felicidad de sus ciudadanos mejore y crezca. Antes que hacer crecer la economía personal (y teniendo en cuenta que nada puede crecer ilimitadamente), tendríamos que practicar el crecimiento personal de cada uno. Siendo más felices podemos afrontar mejor los momentos de dificultad. Siendo más felices, más solidarios, más generosos, dejando a un lado el odio y la ignorancia y sustituyéndolos por amor y sabiduría, podemos hacer de este un mundo mejor.

Volviendo al inicio de esta entrada, al vídeo con el discurso de Gordon Gekko: ¿de verdad creemos que quienes nos sacarán de esta crisis son aquellos que nos han metido en ella? ¿De verdad podemos confiar en unos gobernantes que promueven y propugnan la especulación como forma de crear riqueza? ¿Es que no hemos aprendido nada?

El problema fue nuestro, de la especulación de los pueblos y de la decadencia de una clase política más preocupada por perpetuarse en el poder que por intentar mejorar la vida de los demás. La solución también es nuestra. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de decidir. Cada uno de nosotros tiene la libertad de decidir. Que nadie nos la robe. Que nada nos la robe.

Quiero terminar citando un fragmento de las escrituras budistas con el que Sulak Sivaraksa cierra el capítulo dedicado a la gobernanza moral:
Cuando los reyes son honestos, los ministros de los reyes son honestos. Cuando los ministros son honestos, los dueños de la casa (cabezas de familia) son honestos. Cuando esto es así, la luna y el sol, las constelaciones y las estrellas se mueven correctamente en su curso. Los días y las noches, los meses y las quincenas, las estaciones y los años avanzan, los vientos soplan como deben. Cuando las cosechas maduran, los hombres tienen larga vida, son fuertes y libres de enfermedad.

martes, 22 de marzo de 2011

El agua no es de nadie

Hoy, 22 de marzo, es el Día Mundial del Agua. Otro «día mundial» para acordarnos puntualmente de un problema global y endémico: en este caso, la falta de agua. Y no me refiero a las políticas neoconservadoras que ven en el agua una manera de crear conflictos entre los ciudadanos para enfrentar las distintas partes con el simple propósito de ganar un puñado de votos.

No.

Me refiero a una falta real de agua, de agua como elemento de vida y no como mantenedora de campos de golf.

Más del 97% del agua que cubre el planeta Tierra es salada. Otro 2% es agua dulce en estado sólido, en forma de hielo y nieve, lo que nos deja a nosotros menos del 1%. Menos del 1% para el consumo.

Así de escasa es el agua. Así de simple. Como simple es el hecho de que el 46% de la población mundial no tenga acceso al agua corriente. ¿Por qué permitimos esa barbarie?

Esos datos tendrían que hacernos reflexionar. Hacernos pensar que el agua que baña los ríos o cae del cielo es la misma que hace miles de millones de años. Los seres humanos la hemos necesitado desde siempre. Para regar los frutos del campo. Para lavarnos. Para vivir.

Está en la Naturaleza, suministrada por la Madre Tierra. ¿Por qué la convertimos en un bien preciado? ¿Por qué modificamos su curso, la obstaculizamos, si con ello creamos miles de desplazados o pueblos sepultados? ¿Por qué, ante la escasez de agua, todavía ponemos trabas a las desalinizadoras? ¿Por qué creemos que tenemos derechos sobre el agua? ¿Por qué pensamos que nos pertenece únicamente por el hecho casual de que entre en los límites de una región?

No es nuestra. No es de donde pasa, ni de donde nace, ni siquiera del lugar en el que cae.

El agua no es de los seres humanos. Es del planeta. De la Tierra. Y días mundiales como el de hoy sirven para que intentemos comprender y valorar lo afortunados que somos al vivir en este hemisferio norte (no solo geográfico, sino también económico y simbólico), donde nunca nos falta de nada y siempre nos quejamos de todo.

jueves, 17 de marzo de 2011

Los polígonos privados no son la solución

En el blog de uno de los concejales de la oposición se intenta manipular la realidad al servicio de unos intereses partidistas que priman sobre los intereses generales de la población. (Les dejo el blog precisamente para que puedan leer su artículo y, tras leer esta entrada, tener una visión más amplia.) Hace poco, ese mismo concejal, en una tertulia política televisada, llegó a decir que si su candidata (en la actualidad Presidenta de Les Corts) gana las elecciones, al tener hilo directo con las altas esferas de la Generalitat (esto es, Gürtel, Correa, el imputado Camps), llovería dinero y trabajo sobre nuestra ciudad. La pregunta que uno se hace cuando deja al margen la demagogia es: si tiene hilo directo con esas probabilidades reales de eliminar el desempleo, ¿por qué no lo hace ya? ¿Por qué no echa una mano a su pueblo ahora? ¿Por qué esperar a ganar las elecciones? ¿Para apuntarse el tanto? ¿Así es como «quiere» a su ciudad?

La tesis expuesta en ese blog es fácilmente rebatible, claro está. Y se rebate con un poquito de historia reciente y de sentido común. Vamos a ello.

Hace unos quince años que mi ciudad, Novelda, podría haber tenido un polígono industrial público en condiciones, que permitiera la diversificación industrial y diera posibilidades para generar empleo. Hace quince años. Hace quince años...

La memoria histórica, denostada por la derecha radical de nuestro país, nos recuerda que en las elecciones municipales de 1999, con el cambio de gobierno y la llegada al poder del Partido Popular, esa misma derecha terminó con las ilusiones que el empresariado puso en aquel polígono público. Y la persona que lo llevó a cabo, desde el sillón de la alcaldía, es la misma que ahora se presenta como cartel electoral.

Se apostó, entonces, por construir polígonos privados. Se puso en aquellos días la primera piedra para lo que hoy estamos recogiendo: el éxodo de empresas que no pueden hacer frente a un suelo industrial carísimo (alrededor de cuatro veces más que en los polígonos industriales públicos de las ciudades de alrededor).

Tras ocho años de gobierno conservador, fomentando y construyendo polígonos privados que se quedaban vacíos (más de 200 euros el metro cuadrado; una barbaridad...), la apuesta estrella antes de las elecciones de ese Partido Popular de mi ciudad fue levantar 2.500 viviendas, un campo de golf y otro polígono industrial (también privado, obviamente), que además conllevaría la expropiación de cientos de viviendas de conciudadanos nuestros. Una aberración. El pueblo habló, y votó por que una mayoría de izquierdas dirigiese los designios del municipio.

No obstante, aunque en 2007 hubo cambio de gobierno, seguíamos sufriendo un retraso de diez años en cuanto a polígonos públicos, esos que sí permiten de verdad una diversificación industrial y una creación real de empleo. Se trabajó entonces por retomar el PGOU, pero en varios años de Partido Popular no se había avanzado absolutamente nada. Era normal, claro, ya que la idea era expropiar casas, construir un campo de golf e intentar que se vendieran algunos cientos de viviendas de esas 2.500 para que el constructor no perdiera dinero cuando no vendiese ninguna de las carísimas parcelas que harían en el polígono privado. No se quería el Plan General de Ordenación Urbana, no se movió un dedo para crear suelo industrial público, porque el urbanismo que se hizo entre 1999 y 2007 iba en contra de los intereses generales del municipio y, además, se llevaba a cabo desde despachos que estaban muy alejados de la Plaza Vieja.

Pues bien, como se suele decir, de aquellos barros estos lodos... Lo más curioso es que el Partido Popular se presenta a las próximas elecciones de mayo llevando como principal punto del programa la construcción del polígono del Pla, ese que supone expropiar casas, construir 2.500 viviendas y un campo de golf y diseñar parcelas a precio de oro para que ninguna empresa pueda ocuparlas. Nadie en su sano juicio, viendo cómo está la economía y el sector de la construcción, se lanzaría a construir miles de viviendas, un campo de golf y un polígono industrial privado a unos precios que ni permitirá la creación de nuevas industrias, ni la creación de empleo, ni la diversificación de nuestras empresas.

¿Qué se oculta tras todo eso? ¿Qué propósito tiene el PP para apoyar esta iniciativa, a todas luces errónea? Si ganan, en mayo saldremos de dudas.

Por el contrario, otros municipios de alrededor sí apostaron en su día por suelo industrial público, a un precio muy asequible, lo que está ayudando a que empresas del pueblo se vayan fuera o a que empresas de fuera no vengan a Novelda. Un Ayuntamiento como tal, al no tener competencias en ese aspecto, no puede crear empleo así porque sí. Puede, en efecto, ayudar a que se genere, pero es finalmente el empresario quien da el trabajo. Si seguimos fomentando la construcción de polígonos privados, seguiremos fomentando el hecho de que empresas del municipio se marchen de nuestras fronteras. Pero parece que el PP de Novelda prefiere caer en los mismos errores. Vuelven a tropezar en la misma piedra. Nos quieren volver a robar el futuro. Quieren volver a hipotecar nuestra vida, nuestro progreso, nuestra esperanza. Pretenden condenar al olvido nuestra ciudad.

Nadie sabe lo que pasará el próximo 22 de mayo, fecha de las próximas elecciones municipales. Pero yo esa noche dormiré tranquilo, con la conciencia tranquila. Es posible que haya personas a las que les cueste conciliar el sueño. Y es que igual es difícil sobrellevar el hecho de ganar unas elecciones sabiendo que has puesto en juego el futuro de toda una ciudad. Concluyo con una frase de Samdhong Rimponché, Primer Ministro del Gobierno tibetano en el exilio: «A medida que la riqueza se ha convertido en el único objetivo de demasiados seres humanos, se ha vuelto a creer en el principio de que el poder decide lo que es correcto».

domingo, 13 de marzo de 2011

La economía destructiva

El año pasado se estrenó Wall Street 2: El dinero nunca duerme, de Oliver Stone, continuación de la película de 1987. Ambas protagonizadas por Michael Douglas. En un momento, el personaje, Gordon Gekko, que ha salido de la cárcel por los actos que cometió durante la primera película, ha escrito un libro (entre autobiografía y autoayuda para brokers principiantes) y, durante una conferencia, se dirige al público existente diciendo:

Todos ustedes lo tienen muy difícil. Aún no lo saben, pero son la generación SITA: Sin Ingresos, sin Trabajo y sin Activos. Tienen muchas expectativas.
Alguien me recordó la otra noche que una vez dije que la codicia es buena; pues ahora parece que también es legal. Pero, amigos, es la codicia lo que hace que mi barman compre tres casas, que no puede pagar, sin tener el dinero. Y es la codicia lo que hace que tus padres refinancien una casa de 200.000 dólares por 250.000 y luego tomen los 50.000 restantes para ir de compras a un centro comercial. Compran un televisor de plasma, celulares, computadoras, un vehículo... y ¿por qué no una segunda casa? Ahora que podemos. Porque sabemos que los precios de las casas en Estados Unidos siempre suben, ¿no? Y es la codicia lo que hace que el gobierno de este país baje la tasa de interés a 1%, después del 11 de septiembre, para que todos vayan a comprar otra vez.
[Los bancos] tienen bonitos nombres para los millones de millones en créditos: CMO, CDO, SAB, ABS. Saben, creo que solo hay 75 personas en el mundo que saben lo que son. Pero les diré lo que son. Son ADM, Armas de Destrucción Masiva.
Mientras estuve ausente, parecía que esa codicia se iba fortaleciendo con un poco de envidia agregada… Los inversores de alto riesgo se iban a sus casas con 50 o 100 millones de dólares al año. Así que el señor banquero mira a su alrededor y dice: mi vida es muy aburrida. Entonces empieza a apalancar su interés desde 40 hasta 50 a 1 con tu dinero, no el suyo. Porque puede hacerlo. Se supone que tú deberías ganar, no ellos. Y lo mejor del trato… nadie es responsable. Porque todos siguen la misma receta.
El año pasado, damas y caballeros, el 40% de todas las ganancias corporativas en los Estados Unidos provino de los servicios financieros. No de la producción, ni de nada remotamente relacionado con las necesidades del pueblo estadounidense. La verdad es que todos somos parte de esto ahora. Bancos, consumidores que mueven el dinero en círculos. Tomamos un dólar, lo inflamos al máximo con esteroides y lo llamamos «apalancamiento». Yo lo llamo banca esteroidizada.
Antes se me consideraba uno de los tipos más hábiles en la banca. Y quizá estuve en prisión mucho tiempo, pero a veces es el único lugar para estar cuerdo. Mirar a través de las rejas y decir: ¡Oigan! ¿Están todos locos allá fuera? Es más obvio para aquellos que prestan más atención. La madre de todos los males es la especulación. La muerte apalancada. En otras palabras, endeudarse hasta el cuello. Y odio decirles esto, pero es un modelo de negocio de bancarrota. No funciona. Es infeccioso, es maligno y es global, como el cáncer. Es una enfermedad y tenemos que luchar contra ella, ¿cómo vamos a hacerlo? ¿cómo transformaremos esa enfermedad en beneficio nuestro? Se lo diré en tres palabras: ¡Compren mi libro!
No he conseguido un vídeo de ese discurso. Disculpen.

Ese discurso es el mejor ejemplo de cómo la economía destructiva ha terminado por eliminar cualquier estilo de vida idílica que las sociedades occidentales hubieran conseguida. Con esta crisis que aún vivimos hemos conseguido que las mentalidades cambien. O eso nos creemos, al menos.

Se oye decir que nada volverá a ser como antes. Sin embargo, ya hay voces que empiezan a rumorerar que tenemos que volver a endeudarnos, que se ha de invertir en la construcción en los niveles previos a la recesión... Esto es, que se ha de regresar a la especulación pura y dura. ¿Cómo podemos salir de la crisis cometiendo los mismos errores que nos llevaron a ella? En mi ciudad, el partido de la oposición se presenta a las próximas elecciones de mayo llevando como punto primero del programa la construcción de un polígono privado, anexo a un campo de golf y dos mil quinientas viviendas. ¿Esa va a ser la panacea que haga que Novelda, un municipio altamente relacionado con la industria marmolera y por extensión con la construcción, remonte el vuelo? Obviamente no. Rotundamente no.

Quizá a corto plazo permitirá que las empresas del sector tengan un trabajo que hacer, se contratará personal, lo que hará que los bancos concedan créditos hipotecarios para adquirir esas viviendas, la gente consumirá más... Pero luego, ¿qué? ¿Quién construirá los servicios necesarios para los habitantes de esas 2.500 casas? Cuando la burbuja inmobiliaria estalle por enésima vez, ¿qué haremos?

No podemos hacer política cortoplacista. Novelda tiene un retraso de suelo industrial de más de quince años (cuando el actual cartel electoral del Partido Popular noveldense obstruyó la construcción de un polígono público, fomentando la creación de polígonos privados de acceso prohibitivo para la inmensa mayoría de empresas). No podemos permitirnos caer en los mismos errores.

La economía no puede ser destructiva. Ha de ser sostenible.

Me encuentro estos días leyendo y releyendo un pequeño libro de Sulak Sivaraksa, La sabiduría de la sostenibilidad: economía budista para el siglo XXI (ed. Dharma, 2011). Ha sido todo un descubrimiento. Cuando lo finalice haré una exposición sobre el mismo, aunque tengo que decir que su brevedad no es comparable con todo lo que esconde entre sus páginas.

Gordon Gekko, en su discurso, dice que todas las soluciones se encuentran en su libro. A falta de poder leerlo, creo que la mejor exposición sobre cómo deberíamos afrontar el futuro a partir de esta crisis financiera, mundial, económica y de valores, es el libro de Sivaraksa. Si pueden, háganse con un ejemplar. No lo lamentarán. Se lo aseguro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Más allá de la publicidad

De un tiempo a esta parte venimos escuchando que lo mejor de la televisión son los anuncios. No lo niego. También de un tiempo a esta parte lo único que veo de televisión al día son los tres cuartos de hora de comida, la media hora de cena y algún partido de fútbol. El resto, películas que me interesen o series, las veo por ordenador o en el cine.
Y sí, totalmente de acuerdo: muchas veces, salvo las series, se puede decir que el nivel creativo es bastante inferior al que muestran los anuncios. La publicidad, bien sea en carteles colocados por las marquesinas de las calles, en periódicos y revistas, en cine o en televisión, concentra (o trata de hacerlo, al menos), toda la información que se quiere en un simple golpe de vista, en cinco segundos de atención, en apenas treinta segundos de televisión.

Hoy me ha llegado un correo electrónico con algunos de los anuncios más impactantes de los últimos años. En la mayoría hay un mensaje detrás, algo que te hace volver a mirar el anuncio una y otra vez, que te hace pensar. He aquí los que más me han impactado.






En todos esos carteles hay siempre un mensaje detrás, una llamada a la concienciación. Bien por el respeto hacia la mujer en toda su integridad, o el respeto a los derechos de los animales (ya estén protegidos o simplemente como miembros y habitantes de este planeta). Ya sea para que tomemos conciencia del daño de por vida que una persona sufrirá si ha padecido abusos en su infancia, o para que una persona trate de explicar qué problemas tiene antes que recurrir al suicidio.

Vean cada imagen unos segundos, mantengan su mirada en cada una de esas fotografías. Detrás hay toda una historia. Miren cada imagen y tomen conciencia de su posición afortunada en el mundo. No les pido que actúen de inmediato, se hagan socios de algunas ONG o donen todos sus ahorros a la beneficiencia. Simplemente tomen conciencia. En ocasiones, aunque parezca muy difícil, es el primer paso para cambiar.

martes, 1 de marzo de 2011

La señal de la discordia

A esas pobres señales de límite de velocidad de 120 km/h que pueblan nuestras autovías y autopistas les quedan pocos días. Quizá, en su vertical soledad, lo intuyan de alguna manera. Tal vez noten las miradas furtivas que les envían desde los coches los conductores (algunos, seguramente, pasan junto a ellas a más de 120, para darse el último gustito más que nada, como el fumador que apuraba el último cigarro la noche del 1 de enero). Puede que esas señales sientan que tienen los días contados.

El Gobierno ha decidido bajar en diez kilómetros el límite máximo de velocidad. Nos quedaremos en los 110 km/h. Así están también buena parte de estados de los EE.UU. A 115 km/h marchan en el Reino Unido.

La norma nos permitirá ahorrar, según el Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE), 2.434 kteps (miles de toneladas) de petróleo. Casi 18 millones de barriles que, al precio actual del crudo, vienen a ser unos 1.400 millones de euros. Además, se reducirán en algunos puntos la siniestraliedad y la emisión de monóxido de carbono y otros gases a la atmósfera. Si a todo esto se añade el hecho, por todos sabido, de que no extraemos el petróleo de Talavera o de Barbastro, parece que la medida, además justificada, era necesaria.

Nuestro petróleo sale, en un 13%, de pozos ubicados en Libia, y supongo que no hace falta explicar cómo están en Libia.

El caso es que la medida de los 110 ya ha causado un tremendo revuelo. En primer lugar, por considerarse un gasto superfluo. No lo es, ya que es muchísimo más lo que nos ahorraremos al consumir menos gasolina (la última vez que puse, la 95 andaba por los 1,32 el litro...) que lo que se gastará en pegatinas para las señales. En segundo lugar, porque algunos sectores del abanico político acusan al Gobierno central de un afán recaudatorio. Todos los que dicen eso son los que se pasarán por la torera el nuevo código, o al menos así lo parece. Puedo imaginarme lo que pensará el dueño del asador de Guadalmina sobre el tema...

Si ahora hay que ir a 110, pues iremos a 110. Hice la prueba el domingo pasado: a 110 km/h, en un recorrido de unos doce o trece kilómetros, tardé lo mismo. Ni más ni menos. Ni por asomo llegué más tarde. Y si lo hice, fue imperceptible la diferencia.

Así que de afán recaudatorio, nada de nada. ¿O es culpa del Alcalde de un municipio el poner más policía local para vigilar que los conductores no estacionemos en un paso de peatones, en un acceso para minusválidos, frente a una boca de incendios o en el vado de un particular? Si la Guardia Civil nos pilla por la autovía hablando por el móvil, ¿la culpa es nuestra o de Zapatero? ¿Se mira por los ciudadanos o se pretende recaudar a base de multas? Quiero pensar que lo primero. Al igual que con esta medida. De 120 a 110 no se nota la diferencia. Y sí apreciaremos que nuestro bolsillo lo agradece. Además de todo ese asunto democrático de que las Leyes están para cumplirlas...

Las que no lo agradecerán tanto serán esas pobres señales de 120, acompañantes pasivas de nuestros viajes, ya para siempre ocultas tras la pátina delgada de una tira de vinilo. Y además, puede que esta iniciativa sea la puerta a la llegada del uso real de energías alternativas. Quién sabe...