sábado, 26 de mayo de 2012

Cuando en Alicante huele a mar

Imagen de la playa de San Juan, de www.viajejet.com
Es todo un placer, ¿saben? Salir de clase, cargadas las dos manos (en una, la maleta con los libros de texto, las lecturas, los apuntes, las fichas de las clases; en la otra, la tableta, libros de apoyo o lecturas personales que traslado de aquí a allá), al hombro la mochila en bandolera y siempre corriendo para no llegar tarde a la siguiente aula. Es un placer, les decía: salir de clase después de estar una hora hablando de Kafka, Dante o Garcilaso, corrigiendo ejercicios de vocabulario o análisis sintáctico de oraciones, explicando los diferentes tipos de diálogo que pueden darse en las narraciones y que, de pronto, sin que lo esperes, te llegue una brisa fresca y salada y la nariz se llene de ese aroma a mar que tanto me gusta. Porque la playa es diferente, porque la playa nos la imaginamos llena de sombrillas y veraneantes con tuppers de ensaladilla rusa, tostándose al sol de julio como si les fuera la vida en ello, pero el mar...


El mar es un cuadro de naturaleza muerta: inerte y vacío, repleto de una soledad infinita; únicamente se aprecia el vaivén de las olas y poco más. A lo lejos, el cielo se empeña en oscurecer y los tonos azules van enrojeciendo, alargando las sombras, erizando el vello. Las aguas destellan como cristales y, al fondo, tan lejos y profundo como sepamos ver desde nuestros párpados bajados, se escucha rumor de barcos, batir de alas de gaviota, nostalgia de canciones de otro siglo. En ese momento, cuando empieza a atardecer, cuando ya no queda nadie sobre la arena y podrías hacer que los latidos de tu corazón siguieran la plácida música rítmica de las olas, en ese momento estás tú y el mar, y con cada ola que viene o va, van y vienen los pensamientos y cada minuto es eterno.


Cuando salgo de clase y el viento me trae el olor del mar cercano, me paro dos segundos, respiro profundamente y sonrío para mis adentros. Porque me encanta el mar y me encanta poder trabajar en un colegio que está a apenas quinientos metros del mar. Me recarga las energías, me da fuerzas para seguir.


Y he comprobado que sucede lo mismo en cualquier punto de la ciudad de Alicante. Uno está tomando un aperitivo en una terraza, en Luceros, o sale de tomarse algo en San Antón, o de comprar ropa en cualquier tienda de Maisonnave y de pronto, así como te vienen las ideas, te envuelve la fragancia salada del mar cercano. En ocasiones es un olor buscado, asumido, algo de lo que tenemos constancia cuando cambia el aire, pero casi siempre nos sorprende. Estamos tomando un aperitivo en cualquier punto de la ciudad y, de repente, entre trago y trago, nos llega ese aroma, ese olor, ese regusto salado de la brisa fresca del mar alicantino. Y, no sé ustedes, pero yo solo puedo respirar, inspirar profundamente, sonreír y dar gracias. ¿A quién? ¿A qué? Supongo que, como cantaba Violeta Parra, a la vida.


Tengo en casa el premiado cómic de Pablo Auladell, La Torre Blanca. En el prólogo, el protagonista, siendo pequeño, se cruza con una niña y queda unos instantes ensimismado con el aroma que desprenden sus cabellos. Recuerdo que escribí un poema y se lo mandé por correo electrónico a Auladell. Decía: «Como en un cómic / de Pablo Auladell, / yo también / me he enamorado / del olor a mar / de unos cabellos al viento».




Porque ese olor es inconfundible. Está ahí. Perdura a través de los años, impasible al tiempo o la distancia. Incluso está ahí, en mi Novelda natal, aunque sea en el recuerdo, inscrito en la memoria del olfato cada vez que doy un paso, recorriendo la ciudad, pensando en mis proyectos, acordándome del mar que veré al día siguiente, que oleré después de cada clase, ese mar que siempre estuvo, está y estará presente en la sangre alicantina que nos corre por las venas.

martes, 15 de mayo de 2012

El cuervo, de Edgar Allan Poe

El 29 de enero de 1845, el estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) publicó uno de sus textos más conocidos, «El cuervo» («The Raven» en el original inglés), poema narrativo donde se dan cita las claves del romanticismo: el ambiente nocturno y sobrenatural, la muerte, lo desconocido, las sombras...




A mis alumnos de 1º de ESO ya les hablé sobre ese siglo que tanto y tanto ha dado para la literatura universal (y que tanto me gusta, por cierto). En aquella ocasión fue a partir de la «Canción del pirata», de Espronceda, y ya hablé de ello en este mismo blog. Ahora, y puesto que la unidad versaba sobre la narrativa fantástica, de terror y de misterio, ¿qué mejor que recuperar el texto de Poe y leerlo en clase? Aunque no sea literatura española, es literatura universal y habrían de conocer todos los estilos y los autores más representativos.


Por supuesto, les hablé un poco del poeta de Boston, les conté cómo influyó, a través de sus relatos detectivescos, en autores posteriores como Arthur Conan Doyle (ya se habían leído la historia de Sherlock Holmes El perro de los Baskerville). Y leímos el poema:


Una fosca medianoche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar:
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
«Es —me dije— una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!».


¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora,
la radiante, la sin par
virgen pura a quien Leonora los querubes llaman, hora
ya sin nombre... ¡nunca más!


Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
«es, sin duda, un visitante —repetía con instancia—
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...
eso es todo, y nada más!»


Paso a paso, fuerza y bríos
fue mi espíritu cobrando:
«Caballero —dije— o dama:
mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía,
y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza
y tan tímida constancia
os pusísteis a tocar,
que no oí» —dije— y las puertas
abrí al punto de mi estancia;
¡sombras sólo
y... nada más!


Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno... Resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
esto apenas, ¡nada más!


A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia.
«De seguro —dije— es algo que se posa en mi persiana;
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar.
¡Corazón! Calma un instante, y aclaremos el misterio...
—Es el viento— y nada más!»


La ventana abrí —y con rítmico aleteo y garbo extraño
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa,
fue y posóse —¡y nada más!


Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla...
Dime: —«¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?...».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: «¡Nunca más!».


Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada —ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
«no hay ya duda alguna —dije— lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichado a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de jamás, ¡y nunca más!».


Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: «¡Nunca jamás!».


Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más —sobre cojines reclinado— con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal
terciopelo cuya púrpura ¡ay! jamás volverá ella
a oprimir— ¡Ah! ¡Nunca más!


Parecióme el aire, entonces,
por incógnito incensario
que un querube columpiase
de mi alcoba en el santuario,
perfumado —«Miserable ser —me dije— Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
¡bebe! bebe ese nepente, y así todo olvida ahora».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


«Eh, profeta —dije— o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo —ya te envíe
la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa,
desolado
pero intrépido a este hogar
por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
«¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


«¡Oh, Profeta —dije— o diablo—. Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


«Esa voz,
oh cuervo, sea
la señal de la partida.


Grité alzándome: —¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!...
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡el busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja...».
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!».


Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura...
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota...¡nunca
se alzará... nunca jamás!


Apasionante. La traducción es de Juan Antonio Pérez Bonalde, poeta venezolano del siglo XIX. Si quieren leer el original inglés, aquí lo tienen. Ese «Nevermore» que va repitiéndose como una letanía es difícil de olvidar...


El cuervo visto por Sir John Tenniel, quien
realizó las ilustraciones para la primera edición de
Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.
Precisamente siguiendo el texto original, el cineasta gallego Tinieblas González rodó, en 1999, el cortometraje The Raven. Nevermore, una película excepcional (nominada al Goya en 2001 como mejor cortometraje) que refleja de forma sublime el ambiente del poema y de la época, una cinta que tengo por casa y que, como suele pasar con las cosas que necesitas, no encuentro por ningún lado. Pero gracias a YouTube puedo ponerla hoy aquí; eso sí, en dos partes. Dura un cuarto de hora aproximadamente y, como les decía, es una delicia.





No obstante, es muy probable que los de mi generación conocieran el poema de Edgar Allan Poe gracias al especial de Halloween de la segunda temporada de Los Simpsons, emitido en EE.UU. un ya lejano 25 de octubre de 1990.



Un capítulo genial, con una revisión muy buena del poema de Poe. Homer haciendo de protagonista, Bart como cuervo, Marge como Leonor y Lisa y Maggie como ángeles.


Obviamente, el poema no les dio miedo a mis alumnos de 1º de ESO. O al menos no tanto como les puedan dar las películas de la serie Paranormal activity o las de Saw, a pesar de que no deberían haberlas visto... Pero, como dice Lisa Simpson al inicio de la narración, y tal y como yo les repetí, el poema se escribió en el siglo XIX y, en esa época, las personas se asustaban más fácilmente.