Hoy empieza la Eurocopa 2012
para España. Contra Italia. Casi nada. Los de mi generación recordamos a la
selección azzurra por el codazo de
Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de EE.UU., aquel 9 de julio de 1994. Las
lágrimas, la sangre sobre su camiseta blanca, la impotencia de ver que todo el
mundo ha visto lo que ha pasado menos el árbitro. Todo un símbolo de la
desgracia que se cernía sobre nuestra selección de fútbol: el gol en propia
puerta de Zubizarreta contra Nigeria en Francia 98, aquel robo en cuartos de
final contra Corea del Sur en el Mundial 2002, con un trío arbitral de Egipto,
Trinidad y Tobago y Uganda, el repaso que nos dieron Zidane y los suyos en
Alemania 2006...
Por fortuna, los más jóvenes (y todos los demás, claro
está) recuerdan a Italia por los dos penaltis que paró Casillas en otra
Eurocopa, la de 2008 en Austria-Suiza, la que nos hizo pasar por encima de la
maldición de cuartos. Luego vino Rusia, el aperitivo perfecto ante la lección
de fútbol que dieron los nuestros contra Alemania en la final. De nuevo las
paradas de Casillas, la magia de Xavi e Iniesta, la fuerza de toda una
selección. El empuje de todo un país acompañando el gol de Torres.
Hoy empieza su andadura España. Y esperemos que lleguen
lo más lejos posible, que lleguen a la final y que la ganen, pero que no haga
falta una prórroga como contra Holanda en el Mundial de Sudáfrica, que sea por
cinco a cero y en la primera parte. Para no sufrir demasiado. Porque no estamos
para muchos sustos. Está claro que así no se acabará la crisis. Ni se acabó
ganando la Eurocopa ni se acabó ganando el Mundial. Ni siquiera se ha acabado
con todas las victorias de Rafa Nadal en Roland Garros y de la selección española
de baloncesto. No mezclemos deporte con política. No aprovechemos los triunfos
de una selección deportiva o de un deportista individual para ondear la bandera
de que somos el mejor país del mundo; no les demos a los Gasol, Llorente, Fernando
Alonso, Jorge Lorenzo o Negredo la responsabilidad de sacar de la crisis a todo
un país. Porque esa no es su tarea. Ellos tienen otra: meterse en el terreno de
juego y hacer lo mejor posible su trabajo, contagiarnos esa alegría cuando el
balón traspasa la línea de gol, la amargura de la caída tras el fallo, la
emoción de la pelota volando hacia la canasta, la red vibrando decidiendo si el
punto cae de un lado o del otro.
Ese es el trabajo del deportista. Y los responsables de
sacarnos de la crisis no se vestirán de corto esta tarde. Es posible que estén
en tribuna, invitados de honor, o en sus enormes y mullidos sillones de los
palacios presidenciales de Alemania, España, Italia o Francia. Esperando que el
triunfo de su selección amortigüe la dureza de la crisis, de los recortes, de
las reformas, de las medidas de saneamiento de la banca, sabiendo que la
ciudadanía también necesita de estas alegrías deportivas. Y las necesitamos,
por supuesto. Pero el lunes volverá a ser lunes y la Bolsa seguirá dándonos sustos
y la prima de riesgo seguirá oscilando a su antojo (o al antojo de unos
cuantos) y el director del banco de turno se irá y se embolsará otra millonada,
poniendo siempre sus intereses por delante del beneficio general.
Esta tarde eso no pasará. La gran mayoría de los
españoles remaremos en la misma dirección, apoyaremos a esos once tíos que se
dejarán la piel sobre el terreno de juego, nos quejaremos de los cambios,
gritaremos aquello de «pero cómo has podido fallar eso, chaval», nos
abrazaremos al de al lado con un gol de los nuestros. Y si es el cuatro a cero
ante Italia, mejor que mejor. Todos remando en la misma dirección. Todos
mirando por el bien de nuestra selección. Creyendo en ellos.
¿No podríamos hacer eso también el lunes por la mañana?
¿No podríamos dejar atrás el ego y la codicia y aprovechar todas nuestras
energías para salir de esta crisis que ya se nos enquista sin que siempre
parezca que se benefician los mismos? ¿No podríamos hacerlo? Pienso que sí. Y
ahí no nos pueden ayudar demasiado los veintitrés de Vicente del Bosque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario