viernes, 24 de agosto de 2012

Salobreña en la retina

Es la tercera vez que voy a Salobreña. Esta población se encuentra en el centro de la costa de Granada, la llamada Costa Tropical. La segunda vez que fui era diciembre y tocó quitarse las chaquetas porque estábamos a unos veinte grados. De ahí lo de «tropical». En la misma página web del Ayuntamiento de Salobreña nos indican que la media anual es de 17ºC, «con medias invernales en torno a los 12º y de 24º en los meses más cálidos».

No solo el clima es agradable. El paisaje es otro punto a su favor. Y, sobre todo, los contrastes de ese paisaje: playa de arena y playa de piedras, separadas por un peñón, un casco antiguo de casas blancas y calles estrechas que forman un laberinto coronado por un castillo árabe...


El peñón desde un chiringuito de la playa 
Así anochecía desde lo alto del peñón 
De fondo se aprecia el castillo de Salobreña 
Desde el peñón se lanzan algunos intrépidos

En mis dos primeras visitas siempre me alojé en el Hostal Jayma, en pleno centro de la ciudad, a un paseo de la playa y en mitad de toda una variadísima oferta de restaurantes y bares. Un hostal totalmente recomendable, familiar y con unas habitaciones exquisitas.

Sin embargo, esta vez quería cambiar. Y me alojé en el Best Western Salobreña, un hotel de tres estrellas cuya única pega es que dista unos tres kilómetros del centro del pueblo. Se trata de un hotel familiar, con múltiples actividades organizadas y desarrolladas por los monitores, dirigidas a todos los públicos y desde bien temprano. A partir de las diez de la mañana ya estaban buscando voluntarios para apuntarse a piragüismo, buceo, juegos alrededor de la piscina, waterpolo, voleibol acuático, gimnasia... Y por la noche siempre había fiesta: música en directo, espectáculos cómicos, etc. Para todas las edades, que para eso es un hotel familiar. Precisamente esa fue una de las críticas que leí (en páginas como TridAdvisor, por ejemplo): que, al ser familiar, había demasiados niños. No fue un problema. En todo momento se respetaban los horarios de sueño, quizá porque todos estábamos agotados. Así que pudimos hacer siesta (hasta las seis de la tarde, luego ya ponían la música en la piscina) y pudimos dormir por las noches plácidamente. Además, el hotel ha construido recientemente (ni siquiera en las fotos de la página web aparece) una piscina para los más pequeños, justo al lado de la principal.

Hablaba antes de que el único problema era la distancia que separaba el hotel del pueblo, pero eso también es su mayor ventaja. Ubicado en lo alto de un acantilado, las vistas desde el hotel son magníficas. Desde el balcón de la 238, donde estábamos alojados mi novia y yo, esto es lo que se veía:


En el centro de la imagen está el peñón y a la izquierda queda el castillo de Salobreña. Levantarse por las mañanas y ver este paisaje, con sus diferencias y sus matices, no tiene precio. Unos días, la bruma impedía ver más allá del mar; otros, la claridad te hacía distinguir hasta las sombrillas de la playa. La mayoría de las veces, el mar se confundía con el inicio del cielo. ¿O era el cielo el que se confundía con el final del mar?

Como el casco histórico ya lo habíamos visitado, incluyendo el castillo (recomendación: lleven calzado muy cómodo, las cuestas pueden llegar a ser traicioneras), únicamente pisamos el centro para cenar una noche (en el Bar Pesetas, parada obligatoria y excelente su leche frita) y otra para asistir a un concierto en directo de jazz a cargo de dos guitarristas, dentro de un ciclo de música organizado por el Ayuntamiento e interpretado por distintos rincones de ese laberinto interior.

De esta tercera visita, que no será la última, me quedo con un par de descubrimientos. El primero es una calita que hay justo debajo del hotel y a la que se accede por unas empinadas escaleras (de nuevo la recomendación de llevar calzado cómodo). Vale la pena el cansancio y la caminata. El resultado es este.

A la cala también se puede bajar en coche, así que no hay excusas
Calma. Silencio absoluto, roto solamente por las olas chocando contra las piedras. Aguas cristalinas. Peces nadando a tu alrededor.

El segundo descubrimiento es el de un Ayuntamiento preocupado por su municipio, por sus vecinos y por los que vienen de fuera, que en los meses de verano son muchos. Eso se nota en el programa de actos para julio y agosto (conciertos, exposiciones, visitas guiadas, etc.) y en el cuidado y el respeto por la memoria y el pensamiento de sus ciudadanos. En la plaza principal, bordeando el edificio del Ayuntamiento y un auditorio que ya quisiéramos muchos para nuestra ciudad, colgado de todas las palmeras, una preciosa iniciativa llevada a cabo por Ángel Arenas: el Banco de la Sabiduría Popular, una serie de frases que invitan a la reflexión.

Hice fotografías de todos esos pensamientos que vecinos y vecinas de Salobreña habían «cedido» a ese banco de sabiduría, pero me quedo con el primero que encontré. Suerte, o quizá defecto profesional.


Le doy toda la razón a María Jesús: enseñar lo que uno sabe es de lo más hermoso que se puede hacer por los demás.

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