viernes, 4 de enero de 2013

Cómo sobrevivir a 2013

Ahora que ya llevamos unos días del nuevo año, ahora que es posible que hayamos incumplido los dos o tres primeros propósitos que nos habíamos planteado en Nochevieja, es momento de hacer balance sobre este 2013 que empieza a florecer en los campos gélidos de este enero luminoso. Y perdón por la metáfora.


Durante este 2013 me he propuesto seguir siendo un ignorante en economía. Y espero que, al llegar el próximo diciembre, siga sabiendo lo mismo sobre mercados, balances y primas de riesgo. O sea, nada. O poco. Como mucho, la alegría o la tristeza de ver bajar o subir las tres cifras de nuestra prima, atisbando que, si esto fuera una clasificación deportiva, nuestra prima estaría en Preferente, la de Francia jugando la Champions interestelar y la de Grecia dándole patadas a las piedras en campos abandonados de las afueras de la polis. Tampoco es plan de comprarme algún libro tipo Economía para Dummies y lucirlo por la calle (prefiero ir leyendo por los parques el recomendable y voluminoso ensayo musical Escucha esto, del crítico Alex Ross). Seguiré siendo, lo prometo, un no iniciado en economía. Sé lo básico: que vivimos en un enorme laberinto formado por fichas de dominó y que, cuando a los cuatro o cinco tipos que manejan los hilos les venga en gana, empezará todo a derrumbarse. Y en ese momento ya no habrá vuelta atrás. Y sé, o creo saber, lo peor de todo esto: que siempre ha sido así, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mapa geopolítico del mundo se decidió tras una buena cena y antes de un copioso desayuno. Es lo que tiene ser de letras puras y haber aprobado mi examen de integrales de 2º de BUP sin subir la escalera que conducía a la clase.

Mi propósito de año nuevo quizá se parezca al suyo: voy a aprender inglés. Para ello estoy poniendo todo lo que se puede y más de mi parte. Además de la academia y de algunas clases extra de conversación con nativos, me he apuntado a una plataforma educativa llamada Coursera. En ella, distintas universidades internacionales ofertan cursos en línea sobre los más variados temas. En marzo empiezo uno sobre escritura de canciones. En inglés, por supuesto. También se puede aprender (lengua inglesa, además de otras materias) utilizando la plataforma TED, que nos ofrece miles de conferencias de todos los géneros y para todos los gustos. Y leyendo, por supuesto. Leyendo mucho. Ahora estoy con The elements of the style (si algún alma caritativa la tiene traducida al español y me la presta, aquí dejo mi agradecimiento eterno), de Strunk y White, un librito que todo escritor o aspirante a escritor debería leer, releer, subrayar y estudiar. Lo que me lleva a mi tercer propósito de año nuevo que espero cumplir.



Voy a escribir más. Tras publicar recientemente mi novela El asesino del pentagrama, me hallo inmerso ahora en la documentación para mi próximo libro. Es importante esa fase de investigación, no para que una obra se convierta en un compendio de sabiduría (para eso está la enciclopedia o San Google), sino para que nada le chirríe al lector experto o a aquel que, aun no siéndolo, acude a Internet para ver si puede poner a prueba al autor. Escribir novela es difícil. La gente piensa que, una buena mañana, después del café y las tostadas, enciende el ordenador, abre el Word y toda esa sabiduría que atesora empieza a formar una historia, los personajes adquieren voz y presencia, los párrafos se forman solos, los puntos se colocan en su sitio… No es así, por supuesto. Primero hay que leer, y leer mucho. Leer de todo. Después hay que escribir, reescribir, borrar, corregir y desechar muchísimas veces. Tampoco viene mal apuntarse a un curso de escritura creativa porque, para qué engañarnos, aunque nuestro grupo privado de aduladores nos llene continuamente los oídos de bondades acerca de nuestras metáforas enrevesadas o sobre nuestra maestría en el manejo del diccionario de sinónimos, todo es mejorable. Es más, conformarse con el halago fácil es lo último que hay que hacer.



Lo más difícil de todo esto es encontrar una voz propia. Estamos acostumbrados, casi anestesiados más bien, a leer textos que suenan a otros autores; a Juanjo Millás, a Ángeles Caso, a Héctor Abad Faciolince, a Pérez-Reverte, por citar solo a algunos de los mejores articulistas del panorama actual en español. Como todo, no hay nada como el original. Y en el momento de ponerte a escribir un relato o una novela, toca dejar de leer. O al menos de leer prosa de ficción. Tengo una máxima: cuando escribo ficción, leo poesía o ensayo.

Pretendo sobrevivir de esta manera al nuevo año. Leyendo y escribiendo, maravillándome a cada paso de todo cuanto me rodea, viendo el lado bueno (aunque a veces resulte casi imposible), descubriendo nuevos mundos (aunque estén dentro de este, como decía Paul Éluard), enseñando lo poco que sé y tratando de sacar de mis alumnos todo el potencial que mantienen oculto, aprendiendo algo cada día. Procurando hacer realidad la frase de Giuseppe Verdi: «Copiar la verdad puede ser algo bueno, pero inventar la verdad es mejor, mucho mejor». Y en esas estamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario