domingo, 24 de marzo de 2013

Siempre Bebo

Como muchos otros, la primera vez que oí tocar a Bebo Valdés fue en la película Calle 54, ese homenaje al jazz latino que Fernando Trueba nos brindó en el año 2000. Al final del documental, Bebo y su hijo Chucho, separados por un océano, se encuentran en un estudio de Nueva York para tocar «La comparsa», de Ernesto Lecuona, a cuatro manos y dos pianos.



Empieza el padre con una sublime introducción que inicia el bajo arpegiado en fa sostenido menor; el hijo puntea la melodía. A partir de ahí, solos de lado a lado del estudio, un mar de notas fundiendo la distancia y el mejor epílogo para otra obra maestra de Trueba. En aquel momento, Bebo Valdés tenía ochenta y un años. Prácticamente, el director español lo sacó de su exilio personal en Suecia para grabar la película y catapultarlo, por segunda vez, al estrellato internacional. Lejos quedaban las décadas de orquestas allá en la patria Cuba, grabaciones rescatadas en los albores del nuevo siglo XXI aprovechando el oleaje favorable. Esos cedés, recuperados por Calle 54 Records y otras discográficas, le ponen la banda sonora a los años cincuenta y sesenta.

Pero, sin duda, fue Lágrimas negras el disco que, en 2003, acerca al gran público la figura de Bebo. En el álbum, producido por Fernando Trueba, se unen las dos orillas, Cuba y España, para fusionar bolero y flamenco, jazz y son. La voz la pone Diego el Cigala, desgarrada y sufridora; de esta forma, el bolero se escucha nuevo, natural, pecho al descubierto y garganta al aire.



Magistral el cantaor, que siguió en solitario un vuelo (Bebo acabó agotado por la gira mundial que le siguió al disco) que lo llevaría a repetir formato (Dos lágrimas) o probar con otros géneros (fabuloso el disco en directo Cigala&Tango). Pero dos años antes de Lágrimas negras, Bebo y Cigala ya habían tocado juntos en Corren tiempos de alegría, el tercer disco del cantaor madrileño, producido por Javier Limón (el cuarto elemento de esta ecuación perfecta). La guajira «Señor del aire», la bulería «La fuente de Bebo» y, sobre todo, el soberbio bolero «Amar y vivir», de Consuelo Velázquez (la creadora del celebérrimo «Bésame mucho»). Este es el mejor aperitivo para lo que sería después Lágrimas negras, un diálogo de maestros, un engarce perfecto entre dos almas dedicadas a la música.



Y a pesar de que el nombre de Bebo quede para siempre ligado al de El Cigala, sobre todo en los más jóvenes, el pianista cubano también nos regaló pequeñas joyas. Grabaciones a dúo con el contrabajista Javier Colina o con el violinista Federico Britos y un disco junto a Chucho Valdés, a dos pianos, con Bebo sonando por un lado de los altavoces y Chucho por el otro. Ese sería su último disco de estudio. No obstante, su verdadero testamento fue Bebo, en 2005, también producido por Trueba y Nat Chediak. En ese disco, cuya sobria portada (las ancianas manos del maestro moviéndose sobre el piano) ya nos anuncia el contenido, Bebo Valdés hace un resumen de la música cubana: sones, guaguancós, habaneras, danzas, contradanzas, boleros… De los compositores más grandes, interpretados aquí por el más grande. El disco, una de esas cuidadas ediciones de Calle 54 Records, incluye unas líneas del propio Bebo sobre cada canción. Leído al completo, es una declaración de amor a la música cubana y a Cuba: «este disco expresa la nostalgia de cosas, gentes y lugares que ya no existen, de la juventud que se fue, de las personas a las que amé, de un mundo que se va o ya se ha ido».



Cuando lo entrevistaron en Lo más plus, el mítico programa que Fernando Schwartz y Ana García-Siñeriz presentaban, Bebo Valdés no habló mucho. La voz cantante de la entrevista la llevaba Diego el Cigala. Bebo se limitaba a tantear la mesa como si fuera un piano. Era su forma de expresarse: la música. Cada nota, cada melodía improvisada estaba impregnada de la esencia de Bebo. Ahora que ya no está, su música es lo único que nos queda. Volver a revisar los discos, volver a ver los vídeos, detenerse en cada tema y volverlo a escuchar. Eternamente. Para siempre. En 1960 huyó de Cuba, pero Cuba iba siempre con él. Ahora, esté donde esté, su Cuba sigue a su lado. Aquí, con nosotros, por siempre, se queda su música, lo eterno, lo que nunca muere. Gracias por todo, Bebo. Gracias.

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