lunes, 1 de julio de 2013

El placer son dos bocados

O a lo sumo tres. Es el tiempo que tardas en comer una tapa de solomillo con foie y cacahuetes.

Estamos en el restaurante Sucre, en Petrer, sentados en una mesa de la terraza, disfrutando de una buena noche y una buena conversación  al igual que los insectos disfrutan posándose en la ropa, en la cara o en el brazo. Alguno quiere probar a mojarse de cerveza, a ver qué se siente (quizá ha oído las historias milenarias de otros de su especie que regresaron de un baño sanos y salvos), pero no pasa de ahí.

Atraídos por la luz blanca de la bombilla que ilumina la mesa, una nube de insectos diminutos (por fortuna no son mosquitos) mira hacia abajo. Me los imagino echando a suertes quién será el valiente que efectuará el siguiente descenso en picado. Alguno, seguro, porque la vida a esas escalas es efímera a nuestros ojos, se hará el remolón. Pero no dejan de acercarse.

Para ellos, si pudieran, esta tapa les duraría varias vidas. Qué afortunados son. A mí solo me bastan dos bocados.

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