martes, 29 de marzo de 2011

El problema somos nosotros; la solución también

Hace unos días publicaba una entrada en este mismo blog titulada «La economía destructiva». Comenzaba citando el discurso que Gordon Gekko, genialmente interpretado por segunda vez por Michael Douglas, dirigía a un auditorio entregado en Wall Street 2: el dinero nunca duerme, al principio de la película. Entonces solo puse el texto; aquí tienen el corte de vídeo de esa escena.


Al final de esa entrada explicaba que quizá ese libro de la ficción ya está publicado. Me lo regaló un amigo editor. El libro, La sabiduría de la sostenibilidad. Economía budista para el siglo XXI, está escrito por Sulak Sivaraksa y editado por Ediciones Dharma. Expone una alternativa a toda esta globalización desmesurada donde el individuo desaparece en pro de los beneficios gananciales.

Altamente recomendable en todas y cada una de sus apenas cien páginas, La sabiduría de la sostenibilidad se vuelve indispensable en estos tiempos modernos, y es casi obligatoria una segunda y una tercera lectura (ya con el lápiz subrayador a mano) para atrapar todas aquellas sabias frases y fragmentos reveladores que pueblan el texto.

Sin ir más lejos, y en algo que me atañe por proximidad, el quinto capítulo, titulado «Gobernanza moral», comienza diciendo:
Una buena política necesita de un debate vigoroso e, incluso, del disenso y la resistencia. Hoy en día se ha confundido la política con la capacidad tecnocrática, que suministra seguridad militar y estabilidad económica a quienes ocupan el poder. La gobernanza moral alimenta una relación fundamentalmente igualitaria entre gobernantes y gobernados. En el mejor de los casos, se parece a la relación entre amigos espirituales.
Tras eso, el autor habla del político virtuoso como aquel que es modelo para la gente que lo ha elegido, protector de los principios del dharma e impulso del bienestar de sus conciudadanos. También dice Sulak, y con acierto, que todos somos responsables de la calidad de nuestros políticos. Es obvio. Y es que, escudados tras el recurrente «todos son iguales» que promulga la derecha a través de sus medios de comunicación, últimamente somos espectadores de una clase política (y los que habitamos esta Comunitat Valenciana bien lo sabemos) cuyas únicas pretensiones son afianzarse en el poder cuatro años más, aunque para ello tengan que denunciar y vejar a quienes intentan ejercer la labor democrática de oposición (véase el caso de Ángel Luna, llamado a juicio y duramente humillado por el poder sencillamente por denunciar dicha trama, una red de corrupción que salpica a cientos de empresarios y cientos de altos cargos públicos del Partido Popular y de la Generalitat).

Tiene razón Sulak Sivaraksa: «La gente es responsable de la calidad de sus políticos». Si no exigimos unos políticos honrados, la democracia perderá valor, cayendo en el rancio autoritarismo, un marco político donde la falta de honestidad acapara la escena pública y los medios de comunicación pagados por los ciudadanos (Canal 9 a la cabeza) son trampolines para la propaganda pura y dura en los que cualquier tipo de debate crítico es sesgado y solo existe y se permite un único mensaje: quien gobierna es el mejor; los demás son peores.

Sigue Sulak:
Los gobernantes deben ser sinceros y humildes, estar deseosos de aprender de la gente de cualquier condición, no solo de los tecnócratas, los empresarios y los privilegiados.
Y eso incluye, por supuesto, el respetar cualquier ideología. Cuando hace cuatro años los anteriores dirigentes del Ayuntamiento de mi ciudad intentaban programar sus visitas o parecían adecuar sus partidas de gasto a según la ideología de las personas, caían en aquello que critica el autor de La sabiduría de la sostenibilidad: «La buena gorbenanza descansa sobre la compasión y la no violencia, poniendo el énfasis en nuestra humanidad compartida y la interdependencia de todos los seres sensibles». Además, llegaban a producirse esas acciones incluso en la Cultura, algo que debería estar siempre al margen de la política y la economía, creando una total instrumentalización del Arte, algo de lo que ya hablaré en futuras ocasiones (me encuentro escribiendo un breve ensayo sobre el tema).

Pero dejemos que Sulak siga iluminándonos:
Cuando la buena gobernanza se erosiona, se debe siempre a uno de los tres venenos de la codicia, el odio y la ignorancia. El abuso de poder representa el odio, y la acumulación excesiva de bienestar representa la codicia. [...] La ignorancia es aún peor que la codicia y el odio. El líder debe comportarse de manera inteligente, iluminando el camino de una comprensión holística, permitiendo al mismo tiempo el disenso y la crítica. Para que esto ocurra, el gobernante no puede estar más allá del reproche o la crítica. Precisamente la crítica ayuda a restringir los privilegios y a cultivar la responsabilidad.
Es abuso de poder cuando no se permite que la oposición pueda ejercer su labor democrática (caso de la mesa de la Presidencia en les Corts Valencianes, por tres veces condenada por el Tribunal Constitucional por ese motivo). Hay acumulación excesiva de bienestar cuando vemos «normal» que un Alcalde (por fortuna, eso ya se eliminó durante esta legislatura) vaya a pueblos vecinos a entrevistas personales con coche oficial y chófer, o permitimos que los desayunos y los cafés pasen como factura y salgan de las arcas municipales. Existe odio cuando no se tolera la crítica o el reproche, cuando uno se cree en poder de la Verdad y cualquier atisbo de libertad de expresión es cortado de raíz.

En ese caso, Sulak Sivaraksa nos dice que «cuando los políticos son arrogantes, recalcitrantes, trabajan demasiado estrechamente con los militares, se mantienen por encima de los ciudadanos o desdeñan a los individuos progresistas, su poder solo será un obstáculo para el cambio y pondrá en peligro su propia viabilidad». Y eso que el mismo Sulak se define como un «conservador radical»...

Tras esta explicación, el libro cita el propósito del antiguo rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, aquel de sustituir el Producto Nacional Bruto (PNB) por la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Expone, además, algunos indicadores de esa felicidad.
  1. El grado de confianza, capital social, continuidad cultural y solidaridad social.
  2. El nivel general de desarrollo espiritual e inteligencia emocional.
  3. El grado de satisfacción de las necesidades básicas.
  4. El acceso a, y la capacidad de, disfrutar de la sanidad pública y la educación.
  5. El nivel de integridad medioambiental, incluyendo el crecimiento o decrecimiento de las especies, la contaminación y la degradación medioambiental.
¿Somos felices según esos indicadores? ¿Nuestro entorno podría considerarse «feliz»? Es una reflexión que cada uno debe hacer, por supuesto. Pero queda patente que la labor de todo gobierno es conseguir que la felicidad de sus ciudadanos mejore y crezca. Antes que hacer crecer la economía personal (y teniendo en cuenta que nada puede crecer ilimitadamente), tendríamos que practicar el crecimiento personal de cada uno. Siendo más felices podemos afrontar mejor los momentos de dificultad. Siendo más felices, más solidarios, más generosos, dejando a un lado el odio y la ignorancia y sustituyéndolos por amor y sabiduría, podemos hacer de este un mundo mejor.

Volviendo al inicio de esta entrada, al vídeo con el discurso de Gordon Gekko: ¿de verdad creemos que quienes nos sacarán de esta crisis son aquellos que nos han metido en ella? ¿De verdad podemos confiar en unos gobernantes que promueven y propugnan la especulación como forma de crear riqueza? ¿Es que no hemos aprendido nada?

El problema fue nuestro, de la especulación de los pueblos y de la decadencia de una clase política más preocupada por perpetuarse en el poder que por intentar mejorar la vida de los demás. La solución también es nuestra. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de decidir. Cada uno de nosotros tiene la libertad de decidir. Que nadie nos la robe. Que nada nos la robe.

Quiero terminar citando un fragmento de las escrituras budistas con el que Sulak Sivaraksa cierra el capítulo dedicado a la gobernanza moral:
Cuando los reyes son honestos, los ministros de los reyes son honestos. Cuando los ministros son honestos, los dueños de la casa (cabezas de familia) son honestos. Cuando esto es así, la luna y el sol, las constelaciones y las estrellas se mueven correctamente en su curso. Los días y las noches, los meses y las quincenas, las estaciones y los años avanzan, los vientos soplan como deben. Cuando las cosechas maduran, los hombres tienen larga vida, son fuertes y libres de enfermedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario