Hoy hace un año del devastador terremoto de Haití. Hace un año, durante un par de meses, toda la atención mediática se fue hacia la isla caribeña. Todos los medios de comunicación estaban presentes, todos los políticos querían ayudar (arrimar hombro, vamos), todos los ejércitos estaban unidos. Cada día, aquí y allá, aparecían esas historias que tanto nos conmueven: niños que nacen en medio del desastre, supervivientes bajo los escombros, familias que se encuentran después la tragedia...
Tras eso, nada. Nada para nosotros, por supuesto. Aquí seguimos con el fútbol, la telebasura, los debates políticos de la TDT en los que no se debate nada... El Tercer Mundo existe gracias a nosotros, gracias a este cruel Primer Mundo en el que aún tenemos la inconsciencia de pronunciar la palabra crisis. Para crisis la de Haití, la de toda África, crisis en el desierto, en los bosques, en los polos.
Hoy, como hace un año, todas las cámaras mirarán hacia Haití, seguramente para recordarnos que no se ha hecho mucho por parte de las instituciones mundiales (y lo poco que se ha hecho, ha sido insuficiente).
No se preocupen demasiado si les molestan esas imágenes de la miseria, la pobreza, el hambre y la desolación, perennes en el pequeño país caribeño. No muevan ni un músculo. En apenas unas semanas, sus televisores volverán a la normalidad.
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