lunes, 10 de enero de 2011

Un chute de canciones

Publica hoy El Mundo una breve noticia haciéndose eco del estudio realizado por el Instituto Neurológico de Montreal de la Universidad McGill, en Canadá. Ya se había observado que «las áreas del cerebro que conforman los circuitos de la emoción y la recompensa se activan mientras escuchamos los compases que consideramos placenteros», aunque a partir de esta investigación, se ha demostrado que «la dopamina también media el placer que experimentamos con la música».

El cerebro libera dopamina no solo ante una melodía en concreto, sino previamente incluso, a modo de anticipación. Aunque el estudio concluye con un pobre «estos resultados ayudan a explicar por qué la música está tan valorada en todas las sociedades», sí es importante en tanto y cuanto viene a demostrar que la música (y más aún la buena música) afecta al cerebro como dosificador de lo que podríamos llamar energía positiva.

Personalmente, desde siempre he sentido cómo esa buena música provocaba «algo» en mi interior. Recuerdo muchas canciones (las primeras, aquellas de Simon & Garfunkel, Mecano y José Luis Perales que mis padres tenían en el Ford Fiesta que nos llevaba a mi hermano y a mí los veranos a las piscinas del Poli). Luego vino la radio de la comunión, eternamente conectada a los 40 Principales, «pirateando» casetes con lo mejor que sonaba durante aquella década de los 90. Después vinieron los primeros cedés que adquiría (ahora debo tener cerca de un millar, quizá más).

De esas primeras canciones me vienen a la cabeza los primeros discos de Alejandro Sanz, de Eros Ramazzotti, de Massimo di Cataldo, de Andrés Calamaro. Y aquella canción, «Grande», que sonaba todos los veranos como queriendo decir que la juventud no se va nunca, que los besos de la infancia siguen ahí, en algún lugar del tiempo y la memoria.



Todas las canciones que me vienen a la mente, todos los acordes que me hacen vibrar están guardados en lo más profundo de la memoria, en el baúl humilde de los gratos recuerdos de una infancia que parece tan lejana...

Música «clásica», la de Bach, Mozart, Couperin, Chopin... Música pop o rock o pop-rock, de grupos españoles o sudamericanos, alguno que otro inglés o americano. Música popular y tradicional, de todos los países, como los boleros, los tangos, las coplas, los fados... Música propia, la que compongo y me sale de los dedos, a través del piano y el corazón.

Sí. De acuerdo con el estudio de esa universidad canadiense: la buena música afecta al cerebro como una buena comida. También un buen libro o un beso agradable. Por ello, les pido (ahora bajo prescripción científica) que sigan escuchando música, que sigan dándole a sus cerebros una ración hermosa de tranquilidad absoluta.

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