lunes, 1 de noviembre de 2010

Principios del matrimonio

A Mariano Rajoy Brey no le gusta que los homosexuales tengan los mismos derechos que los heterosexuales.

No le gusta, vaya.

Más bien incluso le molesta. Está claro que para gustos los colores, pero para alguien que aspira a dirigir los designios de nuestro país durante cuatro años deja a la luz cierto tufillo a intolerancia (nótese que en la palabra intolerancia viene incluida otra) hacia las personas que no convergen con sus ideas.

Mal asunto.

Lo expresé en estos mismos términos en algún artículo del pasado: si antes de ser Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy ya empieza a anunciar recortes sociales, coartar libertades y derechos y derogar leyes, mal vamos.

También pretende hacer el Sr. Rajoy lo que David Cameron en Reino Unido. Para ello ya ha proclamado, en una reciente entrevista al diario El País, que, de ser Presidente, aplicará medidas parecidas a las que se han tomado en las islas británicas; esto es, subir las tasas universitarias, recortar las becas, destruir el estado de bienestar y echar a cuantos empleados públicos le sobren, amén de privatizar todas las empresas que se le crucen por el camino. Los sindicatos ya lo han avisado: futuro negro el que nos espera...

No es nada nuevo. En muchas de las cosas, ya llueve sobre mojado. La derecha conservadora (aquí, en Alemania, en Francia, en Reino Unido y donde sea) funciona de la misma manera: dinamitar los avances sociales que se consiguieron con la izquierda. Y si a eso le sumamos el ultraconservadurismo latente en todas las democracias modernas alrededor del mundo que empieza a resurgir cuando cree que la izquierda le está usurpando el poder durante demasiado tiempo, UGT y CC.OO. tienen razón: las palabras del Sr. Rajoy hacen «temer lo peor».

Sin embargo, la seña de identidad de nuestra derecha es otra bien distinta a la del resto de países europeos. Aquí hay una dependencia mayor (o total) a la Iglesia Católica y a los dictados de la Conferencia Episcopal, algo que no sucede en ninguna otra parte de nuestro querida Europa.

Y por eso a Mariano Rajoy Brey no le gusta que las personas del mismo sexo tengan los mismos derechos que el resto de conciudadanos y, por ende, puedan contraer matrimonio.

La etimología de la palabra viene del latín: matri-monium, donde mater es «madre» y munium es «función o cargo». Es decir, el derecho que adquiere la mujer de poder ser madre, subordinando así la figura femenina a la de un marido que sea padre futuro y cabeza de familia. Aquí un inciso: esta concepción del matrimonio y de la figura femenina que todavía tiene parte del mundo conservador entronca a la perfección con las declaraciones machistas del Alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, y otras lindezas que ciertos dirigentes y cargos del Partido Popular dirigen a las mujeres, señal indiscutible de que aún quedan personas que no creen en la verdadera igualdad entre sexos.

La definición anterior de matrimonio debería limitarse únicamente a la unión religiosa y católica, puesto que es la Biblia la que prohíbe las relaciones antes de la unión entre esposo y esposa por considerarlas fornicio (por ejemplo, y entre otros muchos pasajes, en 1ª Tesalonicenses 4:2-5). En el mundo civil eso no pasa, así que el mismo matrimonio civil rompe con esa etimología (he asistido a bodas e incluso he oficiado ceremonias donde los hijos de los contrayentes eran quienes portaban los anillos).

De todo eso se deduce que al PP no le molesta que se le llame matrimonio a la unión civil entre un hombre y una mujer, aun cuando rompa con la idea primigenia del matrimonio. Al PP solo le molesta que se casen personas del mismo sexo. En contra de la ONU, cuya Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos considera el matrimonio como un derecho de todas las personas con independencia de su orientación sexual, el Partido Popular quiere prohibir ese tipo de uniones, haciendo que las parejas ya casadas entren en el limbo legal de los «nuevamente solteros» y los hijos de esas parejas caigan en el marco de los «sin padres».

En Holanda, Bélgica, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Argentina y España el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal. Además, también lo es en algunos estados de los EE.UU. y en México D.F.

Si el problema es el nombre que le damos al hecho, también debería serlo, etimológicamente hablando, en el caso de los matrimonios civiles. Sin embargo, mucho me temo que el problema no es la denominación, ni siquiera el argumento de la procreación (que se soluciona mediante adopción), ni mucho menos la teoría psicológica (ningún estudio coherente y sensato se atravería a afirmar que el niño o la niña crece con mermas mentales cuando lo hace con dos padres o dos madres).

Pienso que el Partido Popular tiene un problema con el principio del Orden Natural, herencia clara de la Iglesia Católica, entidad que todavía maneja los hilos ideológicos del conservadurismo español. Y la separación entre política y religión en ciertos partidos de nuestro país solamente la pueden conseguir las cúpulas de esos partidos. Por ejemplo, el Presidente del PP, Mariano Rajoy Brey.

Sería difícil, les restaría seguramente algunos votos, pero con total probabilidad ganarían la confianza de muchas personas que de verdad creen en este estado aconfesional que es España (artículo 16.3 de nuestra Constitución), un país donde los partidos políticos deberían representar a todos los ciudadanos y no a una parte radical y extremista de la población, un país que (como toda Europa) debería abrazar el laicismo sin caer en consideraciones históricas, ideológicas o sociales, únicamente pensando en la globalidad del mundo y el entendimiento entre las distintas culturas.

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