Miles Heller siempre ha huido. Huyó cuando su hermanastro murió de forma accidental (o no, él siempre se ha culpado por ello). Y ahora, afincado en Florida siete años después de un periplo que le ha llevado por todo EE.UU., sigue huyendo, pero esta vez hacia el punto de origen: Nueva York.
En Florida, Miles trabaja en una empresa de embargos pero él se dedica a fotografiar los objetos olvidados de aquellas casas vacías. En Florida, Miles, que está más cerca de los treinta que de los veinticinco, ama y sueña junto a la cubana Pilar Sánchez, que aún tiene diecisiete años y una hermana que ha interpuesto un chantaje: o le trae «regalos» de esas casas o lo denuncia por abuso de menores.
Y la casualidad, ese azar que todo lo gobierna y está siempre presente, quiere que un antiguo amigo de la infancia, Bing Nathan, se ponga en contacto con Miles para decirle que tiene una habitación libre en el edificio que él y otros soñadores han ocupado en Sunset Park, una zona de Brooklyn. Miles no lo piensa: necesita tiempo para estar con Pilar y, además, cree que va siendo hora, después de siete años, de volver a Nueva York, hablar con sus padres y contarles la verdad de cómo murió su hermanastro.
Así discurren las primeras páginas de Sunset Park, la última novela del siempre recomendable Paul Auster, un autor al que descubrí con Trilogía de Nueva York. A partir de ahí he ido leyéndolo todo.
En cada novela, en cada historia, el azar y la soledad son los protagonistas. Tanto uno como otra afectan a los seres humanos e, igualmente, a las relaciones interpersonales. Aunque a veces dé la impresión de que Paul Auster siempre esté reescribiendo el mismo argumento con personajes distintos y un mismo espacio, presente y eterno, como es la ciudad de Nueva York y más particularmente Brooklyn, lo cierto es que siempre me sorprende. En Sunset Park, donde deja atrás ejercicios y literarios de otras obras para plantear una narración lineal, nos muestra una historia de fracasos y casualidades, de sucesos regidos por el azar y mínimos gestos que parecen regresar de vez en cuando para hacer que la vida vuelva a repetirse.
Un disfrute haberla leído. Un disfrute recomendársela. Es la mejor lectura para estas Navidades que están a punto de empezar, la mejor forma de despedir un año que ya se nos marcha de los dedos.
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