Leo en la edición española de la revista Esquire (edición digital en aquí), en su número de septiembre, un reportaje sobre las distintas edades del hombre y, como reza el subtítulo, las «transiciones que deberíamos ir haciendo según vamos cumpliendo años». Por ejemplo, a los 20 años deberíamos dejar «de colgar en Internet fotos tuyas en calzoncillos, fumando porros, vomitando en una esquina o rompiendo un buzón... y ser consciente de que en unos años te arrepentirás de verlas por ahí». Muy cierto; creo que no hay ninguna foto mía en esas situaciones… A los 25 años deberíamos dejar de ver únicamente «pelis de las Tres T (tiros, tetas y tacos)... y probar con otros títulos, estilo Up in the air». Excelente película, por cierto.
Seguimos.
A los 33 años deberíamos pasar de las «carteras con velcro… a las carteras de piel». A los 25 deberíamos dejar «de beber vino en vaso chato Duralex… y descubrir que existen copas de vidrio ad hoc».
En general, la mayoría de cosas de la lista ya han pasado a la historia (al menos para mí), a pesar de que todavía mantengo un póster pegado con chinchetas a la pared de mi habitación. Supongo que tengo excusa, ya que se trata del póster de la película El club de la lucha. Y además, tengo algunos cuadros de mi propiedad en casa, obras de mis paisanos y genios del arte Charly o Ricardo Gómez Soria. Lo digo por lo referido a los 29 años, según el artículo de Esquire. Y también, adelantándome varios años al reportaje, he dejado de escribir SMS cifrados que parecen más bien códigos secretos entre países aliados. Prefiero ser escueto y escribir ortográfica y gramaticalmente bien (para algo soy filólogo) que ser enigmático.
Con 27 años que tengo actualmente puedo decir que ya he dejado muchas cosas atrás de esa lista. Otras no, afortunadamente. Pero eso tiene que ver con el niño que todo hombre llevamos dentro, niño que se aferra a la vida para no desaparecer en el olvido, niño que aflora en cualquier instante y casi sin previo aviso.
Sin embargo, esos 27 años también me hicieron reflexionar sobre una cuestión. Leí no hace mucho que la esperanza de vida en España era de 81 años; esto es, 27 multiplicado por tres. Lo que quiere decir que ya he vivido, si cumplo las expectativas de las estadísticas, un tercio de mi vida. No es tan malo, claro está: aún me quedan dos tercios… Pero, ¿saben?, es algo que te hace pensar, algo que te obliga a echar la vista atrás y recapacitar sobre el camino recorrido, los lugares visitados y las personas que me he cruzado.
Porque, de acuerdo, han transcurrido veintisiete años, pero es que han pasado tan deprisa…
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