Anoche vi la película Green Zone: Distrito protegido, dirigida por Paul Greengrass y protagonizada por Matt Damon. Estrenada en marzo de este mismo año, la película es una de las tantas historias de Hollywood que, con mayor o menor presupuesto, promoción y repercusión, han querido contar la verdad que se oculta (cada vez ya menos, pero aún con sectores reticentes a ella) detrás de la invasión de Iraq. En la película se muestra, además, cómo los soldaditos, al igual que los peones en ajedrez, siempre están en primera línea de fuego y casi nunca conocen las razones de la guerra o los motivos por los cuales hay que ir pegando tiros contra todo lo que se mueva y parezca sospechoso. Mientras tanto (como se ve en otra muy recomendable película, esta sobre la guerra de Afganistán, Leones por corderos, dirigida por Robert Redford en 2007 y protagonizada por Tom Cruise, Meryl Streep y el propio Redford), los ideólogos y promotores de esas batallas o bien no están en la zona de fuego o, si están, están en la zona protegida (green zone), gozando de piscina, comida caliente y placeres diversos.
Pero volvamos al inicio de mi comentario. Con la excusa (hoy totalmente demostrada su falsedad) de las armas de destrucción masiva, EE.UU. invadió Iraq en marzo de 2003. Con la guerra de Afganistán como recurso y respuesta a los atentados contra las Torres Gemelas, y el mundo occidental aún con la retina dibujada por el horror de los edificios hundiéndose en el polvo de Manhattan, no fue demasiado complicado, para el entonces Presidente George Bush júnior, convencer a buena parte del llamado «mundo libre» de que invadir un país sin el auspicio de la ONU (así lo expresó Kofi Annan, su Secretario General por aquel entonces) y con el objetivo de eliminar a un tirano y llevar la democracia, la Navidad y el Halloween no solo era bueno para la humanidad sino también el mejor ejemplo de justicia divina (justicia generacional, digamos mejor, para con George Bush sénior), algo que uno cree ciegamente cuando considera que su dios es mejor que el dios del otro.
Lógicamente, los iraquíes se defendieron. Saddam Hussein era un tirano, un dictador y un déspota, pero el país era de los iraquíes. Si EE.UU. hubiera invadido la España de los años 40 para librarnos del dictador, tirano y déspota Francisco Franco seguramente hubiéramos contestado con la misma contundencia que los iraquíes: defendiendo la propia tierra, aunque fuera con palos y piedras.
Para urdir esa mentira, EE.UU. acudió a sus más fieles perritos falderos: ellos serían los que le ayudarían a entrar en el país de Oriente Próximo. Con la tristemente famosa foto de las Azores (por vez primera, la foto de unos criminales se hacía antes de cometer el crimen), se planeaba la invasión.
Colaboraban activamente, además de otros países como Polonia o Portugal, el Reino Unido y España. Y esos gobiernos, el de Tony Blair y el de José María Aznar, lo hicieron también sin el auspicio de la ONU y con la mayor parte de la población en contra, creyendo a pies juntillas una mentira sin primero corroborarla, basándose en informes previamente manipulados.
Recuerdo la marea humana de cientos de miles de manifestantes exigiendo la rectificación a esa invasión y, sobre todo, a esa bajada de pantalones frente a Estados Unidos. Aunque claro, después de todo, si pones los pies encima de una mesa de la Casa Blanca y llamas al Presidente «amigou mío», si luego te telefonea y te dice que quiere invadir un país porque tal vez hay armas de destrucción masiva, no te lo piensas ni un instante. No piensas que hay países, como Corea del Norte, Irán o Israel, que sí sabes que tienen armas nucleares y están dispuestos a utilizarlas. No piensas que hay otros dictadores, en África y Asia, que sí gozan del amparo estadounidense.
No piensas en eso si crees que tu «amigou» no puede engañarte. No piensas en eso si crees que ellos son los «jefes» del mundo libre, y punto.
España fue a esa invasión cómplice de la mentira y con los ojos y los oídos taponados, y se vino en 2004 con una decena de muertos y cientos de millones de euros invertidos en la aniquilación de las tierras iraquíes, contribuyendo a la situación actual de descontrol y desgobierno. Si Aznar hubiera escuchado la masiva voz de los españoles nada de eso habría pasado; ni siquiera los atentados de Madrid en marzo de 2004, consecuencia de la colaboración en la Guerra de Iraq (como lo fueron los atentados de Londres en julio de 2005).
En cualquier caso, la historia pone a cada uno en su lugar. George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar han pasado a agrandar las listas de los peores mandatarios de la Historia de la Humanidad, personajes que supieron hacer prevalecer sus propios intereses o el de sus partidos frente al interés común, ya sea nacional o internacional.
Navega por Internet, a través de correos electrónicos, un vídeo en el que el divulgador científico británico Richard Dawkins conversa con un musulmán. El vídeo se emplea como muestra del radicalismo del Islam. Sin embargo, imagino que pocos de los que reenvían el correo se esperan a la reflexión final de Dawkins. Aquí tienen el vídeo completo.
No importa Islam o Cristianismo, Budismo o Hinduísmo. El radicalismo es el cáncer de los pueblos. Una guerra traerá otra, y la sangre de unas víctimas se limpiará con más sangre. Y, mientras tanto, va pasando la vida. Una nación muerta de pensamientos será pasto del radicalismo, sea religioso o político. Así que vean cine documental. Vean películas protesta. Lean y escuchen libros o noticias no manipuladas. Y, sobre todo, piensen, ya que seremos un poquito más libres cuando nos preguntemos el porqué de las cosas que pasan en vez de asistir a las mentiras con pasividad y resignación, sin cuestionarnos la razón que se oculta tras ellas.
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