Esta semana he visto La princesa Mononoke, una de esas películas que aguardan en las repisas de los discos duros esperando el momento a ser vistas. La cinta, dirigida por el japonés Hayao Miyazaki en 1997, es una fábula sobre cómo los espíritus que habitan un bosque luchan contra los humanos para poder sobrevivir, ya que estos últimos tratan de apoderarse del bosque para seguir subsistiendo. La moraleja es la convivencia mutua, el respeto general para que ambas partes puedan seguir existiendo y ninguna se vea mermada por la presencia de la otra. Un tema que podemos aplicar a la convivencia entre personas, entre compañeros de trabajo, entre jefes y subalternos o, incluso, entre partidos políticos.
Después de esa película, ya en 2001, Miyazaki creó otra maravilla visual y técnica: El viaje de Chihiro, muchísimo más conocida (obtuvo, entre otros merecimientos, el Óscar a la mejor película de animación y el Oso de Oro ex aequo con Domingo sangriento). Todo un espectáculo de imágenes, sensaciones, colores y sonidos. Si no la han visto, háganlo. Si ya lo hicieron, vuelvan a visionarla.
Por lo general, se trata de películas dirigidas a los niños, lógicamente, pero con una carga en las sublíneas del guión que a los más pequeños se les queda lejana. Nada que ver con los productos Disney, claro está. En estos, lo que prima es el disfrute, el avance técnico y tecnológico, aderezado con canciones pegadizas y algún que otro momento de risa inteligente que tan solo entenderán los padres (y que tal vez así apreciarán algo más el valor de los siete euros con cincuenta de la entrada).
En el cine japonés de animación todo atisbo de chiste fácil queda oculto tras el imponente guión que todo lo ocupa, unido a la maestría del dibujo y a la música, siempre minimalista (las canciones se reducen a dos momentos: introito y créditos). Esa música me recuerda al compositor e intérprete de piano Yiruma, nombre artístico del surcoreano Lee Ru-ma. En lo pausado. En la importancia de la brevedad. En conseguir que prime la sensación sobre el virtuosismo. Y es que, a la hora de componer, es necesario llegar a ese momento en el que la música comienza a transmitir algo, cuando tú no eres el que toca el piano, sino que las notas son las que brotan de las yemas de tus dedos. Es en ese punto donde nace la Música con mayúsculas y donde las emociones se hacen palpables sobre la partitura. Yiruma lo consigue, al igual que la mayoría de compositores del actual cine japonés (Joe Hisaishi, Kō Ōtani, Ryūichi Sakamoto...).
Esas sensaciones también las sabe transmitir el director Hayao Miyazaki. Tras El viaje de Chihiro vinieron El castillo ambulante (2004) y Ponyo en el acantilado (2008), pero fue sobre todo la primera, La princesa Mononoke, la que consiguió que el género anime se abriera al mundo y gozara de interés, repercusión y alcance internacionales a todos los niveles. Esa película nos enseña el respeto hacia la Naturaleza (mucho antes de que Al Gore nos lo mostrara en Una verdad incómoda), pues de ella venimos y de ella dependemos. Por ello, en realidad, el respeto a la Naturaleza es también el respeto hacia todos los seres humanos, para conseguir de ese modo una soñada convivencia basada en el amor, donde las distintas maneras de pensar, los colores, las razas, las religiones, etc. queden aparcadas en pro de la importancia del ser humano como especie y habitante de este mundo.
Algo que, hoy por hoy y por desgracia, parece más bien una mera ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario