Antes de las primeras representaciones gráficas de escritura, hacia el 5.000 a.C., antes de que el hombre tuviera necesidad de poner por escrito (tal vez como muestra de fidelidad y validez) las transacciones comerciales que se efectuaban en viajes y rutas hacia otras tierras, antes incluso de que la Historia se pusiera por escrito y alguien decidiera lo que debía guardarse para la posteridad; mucho antes de eso, los seres humanos ya intercambiaban lo que hoy entenderíamos por palabras.
En realidad no eran más que sonidos que expresaban distintas sensaciones o emociones, seguramente en señal de peligro o alerta ante agentes externos. En ese Homo antecessor de hace unos 800.000 años ya hay evidencias fisiológicas de un aparato fonador lo suficientemente desarrollado como para articular unos sonidos básicos, algo que también puede apreciarse en el Homo habilis (hace dos millones de años). Sin embargo, no es hasta la evolución definitiva del Homo sapiens (hace unos 200.000 años), con el desarrollo total del cerebro y la aparición de ciertos genes necesarios para el habla y el pensamiento simbólico, cuando el ser humano empieza a relacionarse con su entorno de forma más clara y evidente.
Ya entonces, en la noche de los tiempos, existía un emisor que producía un mensaje para un receptor. Esa es la comunicación básica según el modelo de Shannon y Weaver, la que nos enseñaron en la escuela y la que primero nos explicaron en la universidad. A esos tres elementos había que sumar el canal (medio físico donde se producía la comunicación), el código (lo que han de compartir necesariamente emisor y receptor para que triunfe y exista la comunicación) y la situación o contexto (donde se incluye todo lo extralingüístico que engloba al entorno comunicativo).
La manera de nombrar dichos elementos ha ido evolucionando a lo largo de los años, según las distintas escuelas de la Teoría de la Comunicación, pero, a fin de cuentas, la base sigue intacta: siempre ha de haber un emisor que produzca un mensaje con un destinatario claro para que se dé la comunicación.
El receptor puede no estar presente o ser ambiguo (como en el caso de una botella lanzada al mar con una carta dentro), el mensaje puede estar cifrado (aquí fallaría el código, pero únicamente si el receptor es el equivocado), el emisor puede no referirse a nadie en particular (si una persona, por ejemplo, piensa en voz alta y alguien lo oye y no comprende el mensaje)...
En siglos de historia de la comunicación humana todo ha ido evolucionando, dando prioridad estos últimos años a la Pragmática; esto es, la manera que tiene el contexto de influir en la comunicación y, sobre todo, en la interpretación del significado. Aquí incluimos aquellos aspectos que comparten el hablante y el oyente, las relaciones interpersonales entre ambos, las convergencias o divergencias socioculturales de los participantes en la comunicación, la situación o momento en que se lleva a cabo ese intercambio lingüístico, etc.
Es decir, todos los aspectos que, de alguna manera u otra, influyen en el proceso comunicativo sin interferir en ningún momento en la producción lingüística de las personas. Aquí quisiera hacer un breve inciso. Si la Comunicación en sí podría hacer referencia incluso cuando el oyente o receptor es no humano (cuando a nuestro perro le decimos que se siente o que deje de ladrar y obedece), toda regla pragmática supone la presencia exclusiva de seres humanos, pues somos la única especie que almacenamos la suficiente capacidad como para desarrollar todos esos elementos extralingüísticos que se han explicado en el párrafo anterior.
Y aquí, en la Pragmática, es donde surge la comunicación cruzada, en la que un emisor y un receptor (o varios) comparten una serie de mensajes en un contexto preciso que luego es extrapolado al contexto y situación que otros receptores (ajenos al mensaje inicial) tienen, y que para nada debe coincidir con la situación lingüística de los hablantes iniciales. Es en ese momento cuando el Mensaje 1 deja de serlo para convertirse en el Mensaje 1', ya en boca de otros emisores y receptores, que a su vez pueden producir una reacción en cadena que haga aparecer el Mensaje 1'', y así sucesivamente. En algún instante de esa cadena comunicativa, el inicial Mensaje 1 ya habrá evolucionado a Mensaje 2 (algo totalmente diferente) y los hablantes que comparten la información de ese mensaje ni siquiera conocen al emisor y receptor originales del primitivo Mensaje 1.
La comunicación cruzada se asemeja a las teorías acerca de la personalidad triple que todos tenemos. Está lo que somos realmente, lo que nos gustaría que los demás creyeran que somos y aquello que los demás creen que somos.
En el lenguaje igual. Está lo que decimos, lo que creemos que decimos y lo que (por actuación de la pragmática) estamos diciendo en realidad, atendiendo al contexto lingüístico de nuestra comunicación.
La comunicación cruzada siempre ha existido, pero últimamente, con la aparición y el posterior auge de foros públicos de debate y opinión en Internet, las redes sociales o los chats, está más en boga que nunca. Aunque todavía está por estudiar el porqué esa comunicación cruzada siempre se produce con afán de crear malentendidos y malinterpretaciones, cuando con total seguridad al echar la vista al mensaje inicial descubramos su perfecta univocidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario