viernes, 8 de octubre de 2010

Della politica e dei politici

Hay personas que nacen políticas, que ya desde muy jóvenes ven crecer en su interior la llama de una necesidad de invertir parte de su tiempo al servicio de los ciudadanos. Una parte de esas personas, triste y desgraciadamente, lo hacen también como una inversión propia, como un modo de salida profesional y laboral. En esos casos, es posible que la ilusión por el poder y el estatus haga desaparecer algunos traumas de infancia y juventud. En esos casos, también es posible que no importe el partido político al que adscribirse, ya que el único objetivo es ascender puestos en el escalafón, sin importar cuántos codazos dar ni cuántas cabezas pisar. Ejemplos de esas personas hay muchas (demasiadas, lamentablemente), y no hay que levantar la vista hacia las grandes instituciones para toparnos con esos hombres o mujeres. Son tristes esas vidas, sobre todo para las propias personas que así actúan, pero no están tan lejos de nosotros; a veces, nos los cruzamos por la calle, podemos compartir desayuno en la misma barra y los dejamos pasar en el siguiente cruce de peatones.

El otro gran grupo sería el de las personas que se hacen políticas o, por así decirlo, que se encuentran casualmente con el mundo de la política, tal vez cuando jamás pensaron dedicarse a eso, quizá cuando habían pensado que sus vidas andarían por diferentes derroteros. Considero que ese es mi caso.

Llegué a la política joven, inexperto y discutido, por eso le estaré eternamente agradecido a las personas que apostaron por mí para, en primer lugar, estar en la lista electoral de un partido, bajo las siglas de una ideología y con la posibilidad de representar a todos los ciudadanos y ciudadanas de mi pueblo. En el momento de las elecciones, en mayo del pasado 2007, en ese instante de la ya consabida fiesta de la democracia, ese pueblo habló y, semanas después, prometí mi cargo como concejal del Ayuntamiento de Novelda.

A estos niveles tan bajos de la labor política (comparados con las diputaciones, las consejerías o los ministerios), pero no por ello menos importantes; a estos niveles en los que las ideologías se solapan por la necesidad de comprensión y cercanía hacia todos los vecinos del municipio, lo que prima es la dedicación personal, la voluntad propia y, ante todo, la satisfacción de poder realizar actuaciones que mejoren la vida de la Ciudad como ente y de todos los ciudadanos como habitantes de ese espacio. Es una suerte y un orgullo para mí el ser, entre otras dedicaciones, el Concejal de Turismo de la ciudad que me vio nacer hace ya veintisiete años. Es una suerte llevar a cabo actividades y promociones que pongan a Novelda en el centro turístico de la provincia de Alicante. Por su gastronomía. Por sus fiestas. Por su cultura. Por su patrimonio modernista. Pero, sobre todo, por las personas que vivimos allí.

Igualmente, y tal vez porque considero que la política tan solo es un paréntesis más en mi vida (un paréntesis ahora abierto y que únicamente cerraré cuando llegue el día en el que al levantarme no tenga ganas de trabajar por mi pueblo), nunca he dejado de hacer otras cosas. En todos estos meses, he seguido dando clases en la Escuela de Música de la Unión Musical «La Artística» (la entidad que me vio nacer y crecer como músico), he seguido acudiendo a los ensayos, he seguido escribiendo, he seguido componiendo, he tratado siempre de que mis alumnos sigan creciendo como personas que afronten su futuro con ilusión, desde la formación humana y personal, poniéndoles como meta y objetivo sus propios sueños. En ocasiones, el hecho de compatibilizar las clases con mi trabajo en el Ayuntamiento me ha llevado a efectuar piruetas, pero que siempre han sido entendidas por las direcciones de los centros en los que he estado, algo que valoro, y mucho.

Como también valoro (más aún) que se respetara y entendiera la posición ideológica y de partido que en ocasiones podía chocar con las direcciones de esos centros, pero que para nada influían en mis quehaceres como profesor o educador. Siempre he procurado que, al entrar en una clase, todo lo que influía en mí como concejal o miembro de un partido se quedara en la puerta. Dentro del aula, lo único que importa es el alumnado. En el fuero interno y personal, cada cual puede tener unas convicciones o unos pensamientos, algo que nunca debe traspasarse al niño o a la niña. Creo que en estos meses he logrado ese objetivo.

Asimismo, creo (espero que así sea) que no he cambiado mucho como persona. Sigo yendo a los mismos sitios a almorzar, a cenar o a tomar una copa. Creo que sigo siendo igual de cercano que lo era antes, me enfado por las mismas cosas, escucho la misma música (con excepcionales descubrimientos), trato de seguir dedicándole a la lectura y a la escritura el tiempo que se merecen y trato (sobre todo) de pasar tiempo con las personas que me quieren, me cuidan y me estiman.

En conclusión, e hilado con lo que decía al principio de esta reflexión, realmente hay dos clases de políticos: los honrados y los que no lo son. Al final todo se reduce a eso. Porque los que sitúan la opción política de un partido como barrera a cualquier otro aspecto, no están siendo honrados con lo que la política debe o debería representar y transmitir. Un ex alcalde de mi ciudad, al verme a mí tocando en una de las dos bandas que hay en el municipio, le dijo a un compañero músico que es miembro de su partido: «¿Qué haces aquí con ese? Deberías cambiarte a la otra banda…».

Esa forma de dividir la sociedad en partidos políticos, y además utilizando un valor cultural importantísimo como es una banda de música (donde se reúnen personas de distintas opiniones y pensamientos, pero que aman la música por encima de cualquier otra diferencia) es la tarjeta de presentación de aquellos que nunca podrían representar los valores y la ética necesarias para actuar en política.

Y participar activamente de las decisiones que un Ayuntamiento toma, buscando siempre el bienestar de sus conciudadanos, es algo que debería eliminar cualquier diferencia. Al contrario, el político debe construir o ayudar a construir un espacio común más humano y menos brusco, el lugar en el que podamos afrontar con ilusión y fuerza el futuro.

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