viernes, 8 de octubre de 2010

La fiesta de Mario

El escritor y periodista peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), también español desde 1993, acaba de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2010.

De nuevo, y desde que en 1990 lo obtuviera el mexicano Octavio Paz, el Nobel de Literatura habla español (salvando, claro está, la memoria del portugués José Saramago). El español es la cuarta lengua más común entre los premiados, representada esta vez en la persona de Vargas Llosa, autor fundamental de nuestro idioma e importante valedor de los derechos humanos de las gentes de Surámerica en textos ya clásicos como La ciudad y los perros, La tía Julia y el escribidor, La fiesta del chivo o Conversaciones en La Catedral.

Vargas Llosa consigue este merecido premio después de estar años y años presente en todas las quinielas. Era un premio que ya le tocaba, sobre todo para un Nobel que, al contrario de las otras disciplinas, no se entrega a la mejor obra o creación de ese año, sino como reconocimiento a toda una carrera; en este caso, literaria, aunque el compromiso del peruano con la sociedad va muchísimo más allá (como no podría ser de otra manera tratándose de un escritor; es decir, un «redactor de vidas»). Después de todo, cosas peores se han visto en la Academia Sueca, como la concesión del Nobel de la Paz el año pasado al presidente estadounidense Barack Obama, por las buenas intenciones que tuvo y, textualmente, por «brindar a su pueblo la esperanza de un futuro mejor». Esas palabras se las tendría que aplicar cualquier persona que se dedique al ejercicio de la vida pública, pero estamos hablando de literatura.

Tal vez debería cambiarse el modo de elegir el Nobel (en el caso de Mario Vargas Llosa parece más un «porque ya tocaba» que un premio merecido). Seguro que el pasado año se publicaron novelas que hubieran merecido un galardón y un reconocimiento, aunque para eso ya está el Premio Pulitzer, el Premio de la Crítica, el Premio Nacional de Narrativa, etc. Quizá se haya dejado el Nobel de Literatura como mero reconocimiento a las viejas glorias (a pesar de que muchísimos autores geniales nunca lo obtuvieron), y eso se debe seguramente al carácter ambiguo del testamento de Alfred Nobel, que dejó escrito que el Nobel literario debería recaer «a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal», sin especificar si esa obra se refiere a una sola o al conjunto de toda una vida. En cualquier caso, hoy es una gran fiesta para las letras españolas: Mario Vargas Llosa ha conseguido el Premio Nobel de Literatura de este año. Como filólogo me siento orgulloso de poder conocer y saber leer la lengua original del último nobel, un autor que leíamos en las clases de Narrativa Hispanoamericana de los 60, genialmente impartidas por la profesora Carmen Alemany, en la Universidad de Alicante.

Y me siento orgulloso de mi lengua natal, sobre todo hoy, por Vargas Llosa, y a pesar de las declaraciones del futbolista de la selección española, Sergio Ramos, que, molesto de que su compañero Gerard Piqué respondiera a la pregunta de un periodista en catalán, pidió que se lo dijera en andaluz, porque el castellano por lo visto le costaba a ese periodista. Palabras fuera de tono, sin ninguna duda, sobre todo por el hecho de que el andaluz no es una lengua, sino una variante del español (ni siquiera del castellano, que también es otra variante de la lengua española).

Pero eso ya es otro tema. Hoy es la fiesta de Mario Vargas Llosa. Y esa fiesta de la buena literatura en español me quería sumar. ¡Enhorabuena, Mario!

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