viernes, 8 de octubre de 2010

El hombre sobre el alambre


Que el vasto mundo siga girando (RBA, 2010), la novela de Colum McCann que obtuvo el National Book Award de Estados Unidos el año pasado, comienza con un hecho real.

El 7 de agosto de 1974, Philippe Petit tendió un cable entre las torres del World Trade Center y estuvo alrededor de cuarenta cinco minutos cruzando de lado a lado, bailando, saludando a la expectante multitud que se agolpaba a los pies de los edificios… Hubo un momento en el que se tumbó sobre el cable y parecía que charlase con una gaviota. Cuando al final la policía consiguió que volviera a la azotea de una de las torres la pregunta era evidente: «¿por qué?». Sin embargo, para Petit no había una razón que justificara esa hazaña. ¿Emoción? ¿Riesgo? ¿Afán de notoriedad? Tal vez incluso las tres juntas. Lo que está claro es que aquel paseo le sirvió al francés para conseguir la inmortalidad. Y más aún cuando publicó sus memorias (Alcanzar las nubes, Alpha Decay, 2007).

Cuando el 11 de septiembre de 2001, las Torres Gemelas desaparecieron de la postal de Nueva York y del imaginario colectivo de todo el mundo, Philippe Petit alcanzó ese estado absoluto de ser el único ser humano que caminó (y caminará) entre esas torres. Jamás nadie volvería a repetirlo.

En 2008, James Marsh dirigió el documental Man on wire, donde el propio Petit explica la hazaña: cómo consiguió colarse en el World Trade Center, cómo burló la seguridad, los nervios, la preparación… El documental obtuvo el Óscar de 2009 en su categoría y el BAFTA a la mejor película británica. Totalmente merecidos.

Todo lo que toca Philippe Petit se convierte en éxito. ¿Todo? El libro de Colum McCann, definitivamente, no. Emplea el paseo de Petit entre las Torres Gemelas como un simple hecho que aglutina una serie de historias individuales que se cruzan en el tiempo y el espacio, siempre con el telón de fondo de Nueva York, lógicamente. Tiene momentos de lucidez narrativa, y en los agradecimientos finales se vislumbran los nombres (Paul Auster, John McCormack…) de aquellos que los hicieron posibles. Salvo contadísimas excepciones, el relato de McCann pierde total interés, llegando incluso a descripciones repetitivas que ralentizan la acción y la lectura, una acción que muy a menudo se estanca, una lectura que se hace pesada y en ocasiones aburrida. Únicamente los pasajes que narran la hazaña del funámbulo logran atraer la atención, algo que sucede cada bastantes páginas. Es más, McCann llega a incumplir varios de los preceptos básicos que se emplean en la narrativa (algunos de ellos genialmente descritos en Cómo no escribir una novela (Seix Barral, 2010) por Howard Mittelmark y Sandra Newman, un hecho que choca con su currículo, puesto que el autor de Que el vasto mundo siga girando es profesor de escritura creativa en el Hunter College de la City University of New York.

Desde el primer instante, las aventuras y desventuras de esos ciudadanos neoyorquinos que aparecen en la novela (apenas dibujados sobre el papel y con los que difícilmente nos sentimos identificados en algún momento) no convencen, y ellos mismos funcionan como meros títeres, puestos ahí para completar y ver desde distintas ópticas el paseo épico entre las Torres Gemelas. Un juez y su mujer, una suerte de predicador irlandés y su hermano, las putas del Bronx…, todos ellos forman parte de la vorágine de la Gran Manzana, atenta al destino del hombre que pasea sobre un alambre. Pero McCann olvida que el relato era ese, como se puede ver en el documental antes referido, Man on wire.

Esa era la historia.

El ejercicio de entrelazar vidas sobre un hecho común es una buena idea, pero su tratamiento no ha sido el correcto y, lo que es peor, su lectura ha sido, en la mayor parte del tiempo, una verdadera pérdida del ídem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario