viernes, 8 de octubre de 2010

Inyección caducada

La fecha de caducidad ha sido el problema. Lo que en algunos casos, como los huevos, la leche o los yogures, es más un modo de sortear una leve indigestión, en otros casos puede llegar a alargar el sufrimiento de las personas que esperan la fecha de su muerte en los corredores de las cárceles de Estados Unidos.

En California, el problema estaba en la dosis de pentotal sódico, el fármaco que duerme al preso antes de las dos siguientes inyecciones (que paralizarán el corazón, provocándole un rápido coma). Esa dosis caducaba el pasado 1 de octubre, pero el Supremo de ese estado norteamericano suspendió la ejecución al pensar que la fiscalía pretendía eliminar al preso (Albert Greenwood Brown, de 56 años, que lleva desde 1980 en el corredor por violación y asesinato) antes de que el pentotal caducase.

¿Y qué piensan los creadores del fármaco? Hospira, la empresa que lo produce, está molesta de que un medicamento que se emplea con fines médicos (en operaciones quirúrgicas, incluso en las mismas cárceles) se conozca en todo el mundo como el primer paso para matar a alguien.

Así que al preso C-43700 de la prisión de San Quintín, Albert Brown, la fecha de caducidad le ha servido para alargarle la agonía, igual que les ha pasado a otros condenados de Arizona, Oklahoma y Kentucky. Eso, en un sistema como el estadounidense, donde no se contempla la redención o la reinserción, es algo que no sentará demasiado bien en los estómagos agradecidos del «ojo por ojo».

En España, por fortuna (y salvo las contadas ocasiones en las que aflora el debate de la pena capital), apenas se habla de la posibilidad de ejecutar a los condenados. Únicamente en casos extremos de pedofilia o terrorismo, y siempre desde ángulos de vista también extremos, se comenta la viabilidad, cambiando nuestro Código Penal, de que el que la hace, la pague con su vida. Sobre todo cuando las condenas sobrepasan los dos o tres siglos. Mejor entonces, tal vez, ejecutar a un preso que alargarle inútilmente una estancia en la cárcel que (todos lo sabemos) al final no pasará de treinta años.

El debate está servido. Y siempre aflora cuando echamos la mirada hacia la otra parte del mundo, allá donde tienen muy asumido en la sangre el que una persona que causa un daño a la sociedad no puede integrarse en esa sociedad pasado un tiempo.

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